El proceso adaptativo
Introducción
Existen 2 formas básicas de reaccionar ante el estrés:
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una forma se orienta hacia el suceso estresante, con el fin de modificarlo, reducirlo o eliminarlo.
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la otra forma se dirige hacia la persona, con el objeto de manejar el malestar emocional que la presencia de dicho suceso le está ocasionando.
Si estos 2 tipos de actuaciones cumplen adecuadamente su función y generan consecuencias positivas en el individuo se habla de una respuesta adaptativa. Sin embargo, la adaptación no se relaciona exclusivamente con los procesos de estrés y afrontamiento, sino que también implica otros mecanismos de autorregulación. Así, para que una persona pueda crear y mantener unas condiciones de vida satisfactorias, es preciso que sea capaz de definir, de una forma realista, los objetivos y proyectos que desea lograr, y que lleve a cabo el esfuerzo y los pasos necesarios para lograrlos. Pero también es preciso que disponga de la habilidad para discriminar cuándo las metas a las que aspira no son alcanzables, siendo, en consecuencia, más beneficioso para ella optar por desvincularse de las mismas.
La dinámica entre la aproximación e implicación hacia los objetivos deseados, en combinación con el distanciamiento y la desvinculación de aquellos otros que no resultan viables para el individuo, constituye otro elemento clave para poder comprender el fenómeno de la adaptación psicológica.
El concepto de estrés
Cuando se habla de estrés se refiere a un estado que denota un cierto malestar interno o a la presencia de inconveniencias y dificultades de diferente tipo que se acompañan de una serie de demandas y obligaciones. El estrés puede ser algo puntual, produciéndose durante un periodo relativamente breve en el tiempo o como un proceso más largo, que se mantienen durante un periodo de tiempo prolongado, pudiendo convertirse en algo crónico si no se logra resolver adecuadamente.
Ante los acontecimientos estresantes, no todos reaccionamos, ni de un modo similar, ni de una forma totalmente pasiva. Así algunas personas son capaces de restaurar rápidamente su comportamiento habitual, reduciendo el impacto que el suceso estresante puede estar teniendo sobre su funcionamiento y bienestar emocional. Otras reaccionan de una forma más desadaptativa, poniendo en marcha acciones que no resultan efectivas para aminorar o eliminar el efecto del estrés.
Perspectiva basada en la respuesta
Esta orientación se originó dentro del campo de la biología, el cual se desarrolló con los estudios de Selye. Para Selye el foco de interés reside en la respuesta de estrés. El estrés no se identifica con la presencia de un estímulo nocivo para el organismo, sino que equivale al conjunto de reacciones corporales que se producen en éste cuando están presentes estímulos ambientales o psicológicos dañinos. A estos estímulos Selye los denominó estresores.
El modelo de Selye es importante por un doble motivo:
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porque estableció la distinción entre el estresor y la respuesta de estrés.
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porque propuso el Síndrome General de Adaptación (SGA) para describir el proceso de estrés que se genera en un organismo, como consecuencia del efecto prolongado de un estresor.
El SGA se caracteriza por 3 estadios (a lo largo de ellos el estrés está presente, pero se manifiesta de diferente modo):
Estadio de alarma: se produce una respuesta generalizada del sistema nervioso autónomo, como reacción al shock inicial que produce el estresor. Esta reacción que puede durar en torno a unas 24 horas, se caracteriza por una reducción en la actividad del sistema nervioso simpático.
Si el estresor permanece, comienza la fase de “lucha o huída” en la cual se activa el sistema simpático-adrenal. Como consecuencia de ello se liberan corticoides, adrenalina y noradrenalina. Se produce también un incremento en la presión arterial, la frecuencia cardiaca, la coagulación sanguínea, y el aporte de sangre a los distintos órganos originándose un estado de energía y activación.
Fase de resistencia: se produce cuando ante la persistencia del estresor, se reduce notablemente la respuesta de alarma. En este momento el organismo recurre a mantener su funcionamiento interno por encima del nivel normal, con el fin de poder adaptarse al estresor.
Fase de agotamiento: si el organismo no es capaz de recuperar su equilibrio inicial o la presencia del estresor sigue causando un efecto excesivo, aparece esta fase. En ella se produce un incremento en la actividad endocrina, y dado el elevado nivel de corticoides que están en circulación y la disminución que sufren los recursos del organismo, comienza a haber daños en el sistema cardiovascular, en el sistema digestivo y en el inmunológico. Los recursos del organismo empiezan a disminuir y su deterioro se hace cada vez mayor hasta el punto de que puede enfermar o llegar a morir.
Perspectiva basada en el estímulo
Esta perspectiva centra su atención en las particularidades y características que posee el estímulo estresante. Se entiende que un acontecimiento estresante o un estresor es aquel que impone al individuo unas demandas excesivamente altas o bajas, sean estas de tipo físico, social o psicológico, sobrecargando sus recursos y generándole una respuesta de estrés. Para que un acontecimiento sea considerado estresante, tiene que tener la capacidad de alterar el equilibrio interno del individuo, y de promover la activación de los mecanismos de adaptación de la persona, con el fin de restablecer los niveles iniciales de ajuste.
Los sucesos estresantes pueden clasificarse en las siguientes categorías:
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Contrariedades: estos sucesos se refieren a problemas diarios, los cuales son experimentados por la mayoría de las personas con un cierto grado de malestar, frustración o irritación.
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Sucesos vitales: estos sucesos son menos frecuentes que los acontecimientos diarios, y poseen un mayor impacto. Su aparición está clara y bien definida en el tiempo y requieren del individuo un mayor ajuste. La característica que se ha señalado como más relevante de estos sucesos, es el cambio que obliga a la persona a realizar en su funcionamiento normal para poder adaptarse a ellos.
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Acontecimientos crónicos: estos estresores suelen surgir de una forma menos definida que los sucesos vitales y presentan un desarrollo más lento, pero continuamente problemático y hasta que finalizan se mantienen a lo largo de un periodo de tiempo prolongado.
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Algunos de los rasgos que pueden presentar los acontecimientos crónicos son:
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La presencia continua de una amenaza.
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La incertidumbre.
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La presencia de exigencias excesivas, ante las que los recursos son limitados.
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Las restricciones estructurales que pueden impedir el acceso a los medios para alcanzar los objetivos deseados.
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La falta sistemática de recompensa en tareas que requieren una alta inversión de esfuerzo.
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La complejidad, la cual puede venir dada por el contenido de las responsabilidades asociadas a los roles, por el propio conflicto entre roles o por la inestabilidad de los acontecimientos.
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Acontecimientos traumáticos: se caracterizan por ser inusuales dentro de la experiencia humana. Pueden ocurrir de forma aislada, o como problemas crónicos de larga duración y tienen la capacidad de generar una respuesta de intenso malestar psicológico, el cual puede mantenerse de forma duradera.
Es importante considerar el impacto que tienen las situaciones estresantes sobre cada individuo, impacto éste que viene determinado por la valoración cognitiva que se haga de las mismas (la interpretación subjetiva).
La adaptación al estrés
La teoría cognitivo-relacional del estrés
Esta tercera perspectiva en el estudio del estrés está formulada por Lazarus y Folkman. Uno de los fundamentos en los que se basa esta teoría para poder comprender el estrés es la consideración conjunta de la persona y el entorno, de forma que la relación establecida entre ambos sistemas constituye la unidad de análisis.
Desde este marco, el estrés psicológico se define como “una relación particular entre el individuo y el entorno, el cual es evaluado por aquel como amenazante o desbordante para sus recursos, y que pone en peligro su bienestar”.
El estrés no se corresponde exclusivamente con las características que tenga el individuo o el entorno, sino que representa un tipo de relación y más concretamente un tipo de evaluación: la que establece la persona con respecto a cada situación.
Otro aspecto básico de esta teoría es que contempla el estrés, así como los mecanismos de evaluación y afrontamiento que éste comporta, como procesos dinámicos. Esto quiere decir:
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en primer lugar, que el estrés, la evaluación y el afrontamiento pueden variar conforme se modifique la relación que establece la persona con el entorno. La esencia del estrés, de los procesos de valoración y del afrontamiento consiste en que son fenómenos cambiantes ya que si una persona considera que está corriendo algún riesgo, es necesario que lleve a cabo algún cambio con el fin de aminorar esa amenaza y volver a restablecer una relación de equilibrio con el entorno.
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en segundo lugar, hablar del estrés como un proceso dinámico supone considerar que la relación entre el individuo y el entorno es bidireccional (la persona tiene capacidad para afectar al entorno, y lo que ocurra en el entorno, a su vez, también va a influir sobre la persona).
La teoría de Lazarus y Folkman identifica 2 clases de procesos que permiten comprender por qué para unas personas determinados acontecimientos resultan estresantes, mientras que para otros no. Dichos procesos son:
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la valoración cognitiva que se haga de dichos acontecimientos y de los recursos personales disponibles para hacerles frente.
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las estrategias de afrontamiento que se pongan en marcha para manejar esos sucesos.
Tanto la valoración cognitiva como las estrategias de afrontamiento actúan como factores mediadores en esa relación de estrés que se establece entre las personas y la situación, determinando el tipo de consecuencias que se deriven de esa interacción.
La valoración cognitiva
La valoración o evaluación cognitiva se define como el proceso a través del cual la persona percibe en que medida un suceso o una situación determinada es relevante o no para su bienestar. Este proceso hace referencia al significado adaptativo que tiene para el individuo la situación. Dependiendo de cuál sea este significado la persona se relacionará con ella de forma estresante o no, reaccionando de diferente forma desde el punto de vista cognitivo, emocional y conductual.
Los procesos de valoración cognitiva pueden ser de 2 tipos:
La valoración primaria
A través de la valoración primaria el individuo evalúa si, en la situación planteada, hay algo relevante para él que esté en juego.
Tipos de valoración primaria:
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Es aquel mediante el cual la persona puede considerar que la situación es irrelevante. Estima que no hay nada en ella comprometedor e importante. Aunque la evaluación de una situación como irrelevante no posee, en sí misma, un alto valor adaptativo, sí es importancia el proceso cognitivo a través del cual el individuo discrimina entre lo que es importante para su bienestar y aquello que no lo es.
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Es el que evalúa la situación como beneficiosa. La persona percibe que la situación le genera bienestar y puede proporcionarle consecuencias favorables.
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La valoración primaria que realice la persona sea la de estresante. Una situación o acontecimiento son valorados como estresantes cuando se les atribuye un significado de:
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Percepción de daño o pérdida: en relación con una situación se origina cuando el individuo ha sufrido ya algún tipo de daño o consecuencia negativa.
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Percepción de amenaza: tiene que ver con la anticipación de dificultades o con la estimación de pérdidas y consecuencias negativas futuras.
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Percepción de reto: implica la valoración de la situación como algo que puede ser manejado, dominado o de la que se puede extraer algún tipo de beneficio, aunque en este proceso el individuo corra también el riesgo de sufrir algún tipo de daño. Este tipo de valoración está muy próxima a la de amenaza. Ambas valoraciones pueden darse a lo largo de una misma situación o conforme ésta vaya cambiando.
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La valoración de un acontecimiento o de una situación como dañina o beneficiosa depende de las peculiaridades que posea la propia situación y también de las características que tenga el individuo, esto es: de su jerarquía de metas y valores, de su nivel de autoestima y de sus expectativas generales sobre el locus de control o su competencia personal.
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La valoración secundaria
Mediante la valoración secundaria el individuo sopesa qué puede hacer en relación con la situación que le resulta estresante. Evalúa qué opciones y recursos de afrontamiento, de tipo psicológico social, material o físico, están a su disposición, cuáles va a usar y cómo lo va a hacer.
Dentro de la valoración secundaria una dimensión que destaca por su importancia es la percepción de control persona. En qué medida la persona se ve capaz de llevar a cabo las acciones necesarias para afrontar el suceso estresante (expectativa de autoeficacia) y en qué medida cree que, con dichas acciones va a poder manejarlo adecuadamente (expectativa de resultados).
Cuando la persona estima que posee la capacidad necesaria para hacer frente a un suceso estresante, tienden a valorar dicho suceso como un reto, lleva a cabo acciones de afrontamiento más eficaces y presenta un mejor ajuste psicológico. Este tipo de valoración secundaria se ha asociado también con niveles más altos de autoestima, optimismo, bienestar emocional y resiliencia.
Las estrategias de afrontamiento
Definición y función del afrontamiento: las estrategias de afrontamiento representan otro tipo de procesos que junto con la valoración cognitiva, van a actuar como factores mediadores dentro de la relación de estrés entre la persona y la situación.
Lazarus y Folkman conciben el afrontamiento como el esfuerzo cognitivo y conductual que lleva a cabo el individuo para manejar el estrés psicológico, con independencia de que lo logreo o no.
De las estrategias de afrontamiento se pueden destacar las siguientes:
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Representan lo que el individuo piensa, hace y siente con el objetivo de conseguir adaptarse. Es por ello que las estrategias de afrontamiento suponen un esfuerzo deliberado.
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Para entender las estrategias de afrontamiento es necesario considerar el contexto determinado en que éstas suceden, ya que son acciones que no ocurren en el vacío, sino que se ponen en marcha ante las demandas que plantea cada situación particular.
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Las estrategias empleadas pueden variar conforme se va desarrollando la interacción estresante, o por cambios temporales. Al mismo tiempo las estrategias también pueden transformar las valoraciones cognitivas que se realicen a lo largo de la transacción de estrés.
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La eficacia de las estrategias de afrontamiento va a depender de los efectos que éstas tengan a corto y a largo plazo. En consecuencia, no puede hablarse de estrategias intrínsecamente eficaces o ineficaces. Cualquiera de ellas puede funcionar mejor o peor dependiendo de la persona, el contexto y la interacción que se establezca entre ambos.
Las estrategias de afrontamiento pueden desempeñar 2 funciones básicas:
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Alterar la situación estresante para eliminarla o cambiarla, en este caso se habla de afrontamiento centrado en el problema, categoría está que incluye estrategias como definir diferentes alternativas para solucionar el problema, planificar qué acciones se van a llevar a cabo, establecer prioridades…
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Regular las respuestas emocionales que dicha situación esté provocando en el individuo, en este caso se refiere al afrontamiento centrado en la emoción, englobándose en él estrategias como culpabilizarse, imaginarse que el problema no existiera o buscar un sentido positivo a la situación.
El afrontamiento centrado en el problema se pone en marcha cuando se considera que existe la posibilidad de modificar el acontecimiento estresante. Mientras que el afrontamiento centrado en la emoción es más probable que se use cuando se cree que no puede hacerse nada por alterar el suceso estresante.
Ambas funciones no deben ser consideradas como excluyentes ya que puede ocurrir que una misma estrategia esté cumpliendo 2 funciones a la vez. Tanto Lazarus como Folkman sostienen que el afrontamiento centrado en el problema no puede resultar efectivo si no se actúa también sobre la respuesta emocional, para lo cual es preciso recurrir al afrontamiento orientado a la emoción.
El afrontamiento como proceso o como estilo: La conceptualización del afrontamiento como un PROCESO presupone aceptar que existe variación intraindividual y por tanto inconsistencia en la forma de afrontar las diferentes demandas que plantea cada situación estresante.
Las estrategias de afrontamiento que se ponen en marcha ante un acontecimiento, no tienen por qué ser similares a las que se usan en otra situación ya que el punto de partida de este enfoque intraindividual es que la persona suele dispone de un repertorio variado de estrategias, las cuales va a usar dependiendo de las características que tenga la situación.
Frente a la concepción del afrontamiento como un proceso, también se encuentra el enfoque interindividual, según el cual el afrontamiento constituiría una disposición. Se asume que cada persona posee un ESTILO de afrontamiento determinado, de forma que ante las diferentes situaciones de estrés, las estrategias empleadas tenderán a ser muy similares.
El fundamento teórico de este enfoque es la apreciación de que aunque existen múltiples formas de reaccionar ante un suceso estresante particular, todas ellas pueden clasificarse en un número reducido de categorías básicas, dada la tendencia estable de la persona a usar una forma similar de afrontamiento.
El instrumento diseñado para medir el afrontamiento es el WCQ. Este cuestionario contiene un listado de estrategias que se emplean ante las situaciones de estrés. El WCQ contiene 66 ítems, los cuales han sido agrupados por Folkman y Lazarus en 8 subescalas:
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2 subescalas:
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el afrontamiento confrontativo (intento agresivo para cambiar la situación)
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la planificación y solución del problema (elaborar y seguir un plan, con varias soluciones) están enfocadas a la solución del problema.
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6 subescalas que se centran en el manejo de la emoción. Estas subescalas son:
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el distanciamiento (desvincularse de la situación o considerarla con una cierta perspectiva)
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el autocontrol (controlar la conducta o la expresión de los sentimientos)
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la aceptación de la responsabilidad (asumir la responsabilidad en la aparición o en la solución del acontecimiento negativo)
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el escape-evitación (huir o desear que desaparezca el acontecimiento negativo)
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la revaluación positiva (construir un significado positivo sobre el acontecimiento, centrándose en el crecimiento personal)
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la búsqueda de apoyo social (buscar en los demás apoyo emocional, instrumental o informacional)
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Si se plantea el afrontamiento como un estilo, uno de los instrumentos que permiten evaluarlo de este modo es el COPE. En la creación del COPE se señaló que la división propuesta por Lazarus y Folkman entre el afrontamiento centrado en el problema y el orientado a la emoción para clasificar las diversas estrategias de afrontamiento, resultaba demasiado simple. El argumento que esgrimieron fue que dentro de cada una de estas categorías, se encontraban estrategias que parecían cumplir diferentes funciones y tener consecuencias también distintas. En el caso del afrontamiento centrado en la emoción indicaron que dentro del WCQ se encontraban estrategias como la negación, la revaluación positiva o la búsqueda de apoyo emocional, que resultaban conceptualmente bastante diferentes entre sí y que podían estar contribuyendo de distinta forma a la adaptación de la persona.
Para intentar dar una respuesta a esta limitación se diseñó el COPE. Las subescalas que comprende el COPE son:
Afrontamiento Activo: dar los pasos necesarios y mantener el esfuerzo para intentar eliminar, cambiar o reducir el impacto negativo del estresor. Esta estrategia tendría la finalidad de solucionar el problema.
Planificación: equivale a pensar qué opciones y respuestas son las más adecuadas y cuáles se pueden llevar a cabo. Esta estrategia tendría como fin solucionar el problema, aunque difiere de la puesta en marcha de las respectivas acciones.
Supresión de actividades interferentes: se refiere a posponer otros asuntos y evitar ser distraído, con el fin de centrarse en hacer frente al estresor. Esta estrategia también cumpliría la función de intentar solucionar el problema.
Autocontrol: hace referencia a evitar actuar de forma prematura, esperando a que se dé la situación apropiada para enfrentarse al estresor. Esta estrategia posee la cualidad de ser activa ya que trata de favorecer el manejo del estrés aunque por otro lado es pasiva ya que su uso equivale a no actuar.
Búsqueda de apoyo social instrumental: consiste en buscar consejo, información o ayuda en los demás.
Búsqueda de apoyo social emocional: Las dos estrategias referidas al apoyo social constituirían un tipo mixto de afrontamiento ya que podrían cumplir la función tanto de solucionar el problema como de reducir el malestar emocional.
Reinterpretación positiva: equivale a construir un significado positivo a partir del estresor. Esta estrategia, si bien se encuadra dentro de la categoría del afrontamiento centrado en la emoción, también facilitaría la solución del problema.
Aceptación: significa tolerar la existencia del acontecimiento estresante sin evitarlo, pero sin que su presencia tampoco interfiera en el funcionamiento de la persona. Esta estrategia se suele poner en marcha cuando no existe la posibilidad de que el estresor vaya a cambiar.
Uso de la religión: implica recurrir a la religión como un medio para encontrar apoyo, disminuir el malestar emocional o encontrar un sentido positivo a la situación de estrés.
Ventilación de las emociones: supone darse cuenta y expresar el malestar emocional asociado con el acontecimiento estrenaste. Esta estrategia puede ser beneficiosa en momentos puntuales, pero, si se usa de forma constante, puede interferir con la búsqueda y puesta en marcha de soluciones.
Negación: hace referencia a intentar actuar como si el estresor no estuviera presente o negar su existencia. Al igual que ocurre con la ventilación de las emociones, esta estrategia puede resultar útil en las primeras fases del afrontamiento, pero perjudicial si se mantiene en el tiempo.
Desvinculación conductual: consiste en reducir el esfuerzo por continuar afrontando el estresor o renunciar a lograr los objetivos que están siendo obstaculizados por la presencia del mismo.
Desvinculación mental: se refiere a evitar pensar en el estresor, o en las interferencias que éste está produciendo en relación con las metas personales.
Uso de drogas y alcohol: implica recurrir al consumo de sustancias para evitar pensar en el estresor.
A partir de las intercorrelaciones obtenidas entre todas estas subescalas, los autores del COPE establecieron 2 grupos de estrategias:
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En un grupo incluyeron las estrategias que parecían ser más adaptativas: el afrontamiento activo, la planificación, la supresión, el autocontrol, la reinterpretación positiva y la búsqueda de apoyo instrumental y emocional.
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En otro grupo aquellas estrategias que podrían ser más desadaptativas: negación, desvinculación conductual y mental, ventilación emocional y el uso de drogas y alcohol.
Afrontamiento y adaptación
Funciones y consecuencias del afrontamiento
Se entiende que el afrontamiento puede ser adaptativo si promueve en el individuo un funcionamiento físico, psicológico y social adecuado o desadaptativo, cuando las consecuencias que se deriven de su uso sean negativas.
A la hora de afrontar un acontecimiento severo o importante, la combinación de estrategias dirigidas a distanciarse o desvincularse de aquellos aspectos ante los que no se puede hacer nada, puede favorecer la adaptación del individuo, si al mismo tiempo se ponen en marcha otras acciones dirigidas a aproximarse a las dimensiones del suceso negativo que sí pueden ser modificables. Ambos tipos de afrontamiento, el orientado a la aproximación y el dirigido al distanciamiento o a la desvinculación pueden llegar a actuar en la secuencia del proceso de estrés como procesos complementarios, capaces de amplificar mutuamente sus efectos positivos.
Otra cuestión relacionada con las consecuencias del afrontamiento es la que tiene que ver con la eficacia relativa de las estrategias. Cuando el acontecimiento al que hay que enfrentarse resulta controlable, las estrategias de afrontamiento centradas en el problema resultan más efectivas que las centradas en la emoción. Por el contrario, cuando el acontecimiento estresante se percibe como no controlable, el uso de estrategias orientadas al manejo de la emoción parece ser más conveniente.
Este fenómeno denominado como bondad de ajuste se refiere al grado de ajuste que se establece entre la valoración de control que hace el individuo con respecto a la situación de estrés y el tipo de afrontamiento que en consecuencia pone en marcha.
La formulación de la bondad de ajuste ha recibido un apoyo parcial, habiéndose obtenido más evidencia a favor de la idea de que cuando la persona percibe control sobre la situación, el uso del afrontamiento centrado en el problema resulta más beneficioso. Sin embargo, cuando la situación es valorada como no controlable, los resultados sobre las consecuencias positivas del afrontamiento centrado en la emoción han sido más inconsistentes.
Se ha constatado que el uso de estrategias centradas en la emoción, como la aceptación, la reestructuración positiva, o el autocontrol sí se han asociado con resultados positivos. Sin embargo, otras estrategias como la autocrítica, la evitación o la ventilación emocional se han relacionado con estados afectivos negativos y con un menor nivel de eficacia para afrontar el suceso estresante.
La efectividad del afrontamiento debe estudiarse y evaluarse en función de las consecuencia que tengan las diferentes estrategias y por lo tanto, en función de lo adaptativas que sean para el individuo. No es sostenible considerar a priori las estrategias de afrontamiento como procesos buenos o malos. Hay que tener en cuenta por un lado los factores situacionales y por otro las características del individuo. Y finalmente, el ajuste que se establezca entre las características que presente el estresor, la evaluación que se haga del mismo y las estrategias de afrontamiento que se pongan en marcha.
No existe un criterio único y universalmente válido con el que definir el afrontamiento adaptativo o efectivo, sí se observa que algunas características han sido propuestas con bastante frecuencia para referirse al afrontamiento y a la adaptación del individuo. Son las siguientes:
Resolución del conflicto: el afrontamiento debe cumplir, siempre que sea posible, una función instrumental, en el sentido de poder eliminar o amortiguar la situación estresante.
Reducción de las respuestas fisiológicas: el afrontamiento adecuado permite reducir el nivel de activación del individuo, esto es, su frecuencia cardiaca, tensión arteria, nivel de sudoración…
Disminución del malestar psicológico: cuando el afrontamiento es efectivo, el individuo es más capaz de mantener las cogniciones y los estados emocionales negativos dentro de unos límites que le resultan manejables.
Adecuación en el funcionamiento social: el afrontamiento adaptativo facilita un funcionamiento ajustado de la persona dentro de su entorno social, adaptándose este funcionamiento a sus preferencias y al respeto por las normas sociales.
Promoción del bienestar: el afrontamiento adaptativo promueve el bienestar de la persona y el de aquellos otros que hayan podido verse afectados por la situación de estrés.
Mantenimiento de una autoestima positiva: el afrontamiento adaptativo contribuye a establecer y mantener una autoestima positiva. La autoestima negativa constituye un indicador de mal ajuste psicológico y una fuente interna de estrés.
Retorno, si es posible, a las actividades previas a la situación de estrés: el afrontamiento adaptativo debe hacer posible que la persona vuelva a un estado de normalidad, en el sentido de retomar aquellas actividades de su vida rutinaria que hubieran podido verse interrumpidas o dañadas por el acontecimiento estresante. Puede suceder que si esas actividades o circunstancias previas no resultaban satisfactorias para la persona, el propio afrontamiento puede haberlas modificado o sustituido por otras más agradables.
Percepción subjetiva de la efectividad del afrontamiento: la valoración que haga la persona acerca de los beneficios que le hayan podido reportar cada estrategia de afrontamiento, representa un criterio de efectividad de la misma. Este criterio requiere ser contemplado con cautela ya que a veces el informe que proporciona la persona sobre la efectividad de las estrategias puede no coincidir con los resultados reales que haya obtenido.
La flexibilidad en el afrontamiento
El uso variado y flexible de los distintos tipos de estrategias es importante para lograr que la persona haga frente de una forma más adecuada a las circunstancias de estrés.
Un empleo rígido y frecuente de estrategias de afrontamiento que pueden llegar a ser dañinas para uno mismo, como la responsabilidad, la rumiación o el aislamiento social o para los demás, como la oposición sistemática, la culpabilidad hacia los otros o la coerción aumenta el nivel de vulnerabilidad psicológica. Ello es debido a que el empleo sistemático de estas acciones reduce la sensación de control ante el suceso estresante, impide discriminar los aspectos importantes o incluso positivos, de dicho suceso y erosiona los recursos sociales. En consecuencia, la persona sigue siendo incapaz de manejar y disminuir las demandas de una situación que le resulta desbordante.
La disposición de un perfil de afrontamiento más flexible y organizado permite al individuo:
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por un lado implicarse de forma constructiva en la situación estresante mediante acciones como la negociación, la planificación o la resolución del problema
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por otro disminuir el posible impacto negativo de la situación a través de estrategias como la revaluación positiva, la búsqueda de apoyo social o el distanciamiento de los aspectos que no resulten controlables.
Con este tipo de perfil, se favorece tanto la acumulación de los recursos personales como la eliminación o la reducción del estrés hasta un nivel aceptable para el individuo.
La flexibilidad en el afrontamiento es la capacidad y disponibilidad para usar una variedad de estrategias de afrontamiento, con el fin de manejar las diferentes demandas que se plantean en las situaciones de estrés. La flexibilidad comporta:
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ser capaz de valorar las diferencias entre las circunstancias de estrés.
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poseer una combinación versátil de estrategias y saber usarlas.
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tratar de conseguir un buen ajuste entre las estrategias que se ponen en marcha y los requerimientos situacionales.
Las personas con mayor flexibilidad en el uso del afrontamiento se caracterizan por:
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un estilo de pensamiento abierto y dialéctico.
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son más capaces de percibir los cambios y las contradicciones que presenta la realidad, interpretándolos desde diferentes puntos de vista.
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presentan una mayor facilidad discriminativa, en el sentido de que evalúan las particularidades de cada situación y eligen las distintas opciones de respuesta teniendo en cuenta los cambios que se producen en la relación entre su conducta y la situación.
La facilidad discriminativa puede ser un mecanismo cognitivo, que actúa sobre la capacidad para afrontar los acontecimientos estresantes de una forma más flexible.
Si la codificación del suceso estresante se hace predominantemente en términos globales y abstractos el afrontamiento que se ponga en marcha será más inefectivo, rígido y desorganizado. Si la codificación de la información relativa al suceso se lleva a cabo en función de las contingencias “situación-conducta” se promoverá un uso más ponderado de los diferentes tipos de estrategias de afrontamiento, valorando en cada momento las ventajas e inconvenientes que vayan a reportar cada una de ellas.
La flexibilidad en el afrontamiento no debe entenderse como el empleo errático de una serie variada de estrategias, sino más bien como la capacidad para seleccionar y poner en marcha un patrón coherente y significativo de respuestas de afrontamiento. La flexibilidad en el afrontamiento se ha asociado con diversos resultados positivos, actuando como un factor de protección ante la depresión, la ansiedad, el estrés laboral o las situaciones desempleo.
En un contexto más aplicado, como puede ser el de la enfermedad crónica, el empleo de estrategias activas parecen ser más indicadas en las fases iniciales de la enfermedad. En las etapas más avanzadas de la enfermedad, sin embargo, pueden resultar más efectivas algunas estrategias orientadas a la emoción.
Tres elementos que facilitan un manejo efectivo del estrés son:
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la evaluación, lo más realista posible, de los acontecimientos y los recursos personales disponibles.
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la flexibilidad para generar planes alternativos de afrontamiento y poner en marcha diferentes respuestas de afrontamiento.
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la posibilidad de anticipar qué consecuencias a corto, medio y largo plazo pueden derivarse de las estrategias de afrontamiento usadas.
Algunas de las estrategias que de forma más consistente, han demostrado una mayor efectividad ante las diversas situaciones de estrés son: el afrontamiento activo, la planificación, la revaluación positiva, la aceptación y la búsqueda de apoyo. El uso de estas estrategias suele asociarse con una percepción del acontecimiento estresante como una oportunidad de crecimiento, además de que permite a la persona sentir un mayor grado de seguridad y tranquilidad.
Otras estrategias, como la culpabilización, la evitación o huida de la situación estresante, la indecisión o la confrontación se han relacionado con un mayor impedimento a la hora de solucionar y mejorar los acontecimientos estresantes y con malestar emocional.
Autorregulación, afrontamiento y adaptación
Los procesos de asimilación y acomodación
Una autorregulación adecuada asociada con un ajuste óptimo es aquella lo suficientemente flexible como para permitir que la persona elija sus metas, se comprometa con ellas y se esfuerce por conseguirlas resistiendo la influencia de factores distractores y al mismo tiempo, facilite el que la persona pueda desvincularse de aquellas otras que estén bloqueadas, porque no se disponga del nivel de recursos necesarios o porque dadas las características de la situación no sea posible su alcance.
Esta dinámica entre la implicación o la desvinculación de los objetivos se hace visible en la planificación y puesta en marcha de los diferentes proyectos que el individuo elige llevar a cabo a lo largo de su vida.
En este ámbito de la autorregulación y basada en la dualidad de los procesos, se ha propuesto la teoría de Brandtstädter que se fundamenta en la discrepancia que surge entre los resultados que desea alcanzar la persona, y los que realmente puede conseguir, a lo largo de su trayectoria vital.
Con el fin de eliminar o minimizar esta discrepancia, la persona puede poner en funcionamiento 2 tipos de procesos, los cuales son considerados como 2 formas de afrontamiento: la asimilación (o implicación) y la acomodación (o desvinculación).
La asimilación: es un proceso a través del cual la persona se esfuerza en intenta llevar a cabo una serie de acciones con el objeto de alterar e influenciar la situación actual, incluyendo la propia conducta y de conseguir un mayor ajuste entre las metas personales y el entorno. En principio cualquier ámbito en la vida de la persona que pueda ser modificado es objeto de la asimilación.
Dentro de la asimilación un tipo de actividad que puede llevarse a cabo es la optimización. Mediante ella la persona usa los medios y las estrategias que estando a su alcance, son más efectivos para alterar la situación y poder conseguir sus metas.
La optimización permite también un mayor desarrollo de los recursos personales y un aumento en la sensación de control. Cuando los medios y recursos disponibles no son suficientes o resultan inapropiados para alcanzar la meta de interés, se puede optar por otra actividad asimilativa que es la compensación. A través de la compensación el individuo trata de seleccionar y usar medios alternativos para evitar posibles pérdidas relacionadas con su objetivo.
En los procesos de asimilación es característico encontrar por parte de la persona, una fuerte adherencia a los objetivos definidos. Esta adherencia o implicación en el logro de las metas, es mayor cuanto más importantes sean estas para el individuo y cuantas menos posibilidades existan de ser sustituidas por otras similares.
El segundo proceso que propone esta teoría, la acomodación entra en funcionamiento cuando:
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los recursos y medios necesarios para lograr un objetivo se reducen, teniendo el empleo de otras vías alternativas un coste demasiado alto.
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el nivel de dificultad y las demandas que plantea la situación se incrementan hasta un punto en el cual los inconvenientes de seguir persiguiendo el objetivo son superiores a los beneficios que éste pueda reportar.
La acomodación: a través de ella el individuo puede cambiar sus metas, sus preferencias y su nivel de aspiración, con la finalidad de adaptarlos a las características reales de la situación y a los recursos de que disponga.
Acciones propias de la acomodación son: la disminución de las expectativas, la desvinculación de las metas, relaciones o intereses bloqueados y la evaluación positiva de los obstáculos y las pérdidas que hayan ocurrido en esas circunstancias.
Cuando se lleva a cabo la acomodación, el funcionamiento cognitivo de la persona se dirige a hacer más aceptable la separación del objetivo deseado. A diferencia de lo que ocurre en el proceso de asimilación, se procesa la información de una forma más abierta y menos focalizada.
La acomodación viene a neutralizar, o invertir, el set-mental que entra en funcionamiento con la implementación de la intención.
Teóricamente se considera que la asimilación y la acomodación son mecanismos contrapuestos en el sentido de que cuando la persona está implicada en el logro de sus objetivos va a poner en marcha actividades asimilativas al mismo tiempo que inhibe, en esa área, los procesos de acomodación. Sin embargo, cuando la persona tiene que desengancharse de su compromiso y del esfuerzo por lograr un objetivo que considera como particularmente importante para ella, se genera una respuesta de estrés y una oscilación entre la asimilación y la acomodación.
Dicho desajuste se resuelve cuando a través de la acomodación, se generan las cogniciones y el funcionamiento emocional pertinente para que la persona pueda abandonar esa zona intermedia y renuncie a su pretensión de alcanzar el objetivo que se había propuesto.
De acuerdo con esta teoría la asimilación y la acomodación no son procesos totalmente intencionales y deliberados, sino que implican además otro tipo de mecanismos más automáticos sobre los que la persona no puede ejercer un control directo. Estos componentes más automáticos son los que hacen posible el paso de un proceso de afrontamiento a otro.
La acomodación y la asimilación pueden actuar simultáneamente en aquellas circunstancias en las que puede haber una variedad de objetivos planteados, los cuales, a su vez, comportan múltiples tareas, roles o responsabilidades. La presencia de todos estos elementos requiere que el individuo sea capaz de discriminar ante qué aspectos es más conveniente que emplee un funcionamiento asimilativo y ante qué otros es más adecuado el uso de la acomodación.
La presencia conjunta de estas 2 formas de afrontamiento, se asocia con un mayor bienestar en personas de diferente edad.
Parece que la tendencia a la acomodación se vuelve más predominante conforme la persona va envejeciendo. Ello es así dado que, en el proceso de envejecimiento, existen más posibilidades de que los esfuerzos compensatorios por alcanzar las metas deseadas, decrezcan o terminen llegando a un límite. Resulta más adaptativo para la persona abandonar o devaluar las metas que no puede conseguir, y reajustar sus aspiraciones y expectativas a otros objetivos que sí le resulten posibles.
En el ámbito de la salud la tendencia a llevar a cabo acciones tanto asimilativas como acomodativas, se ha relacionado también con consecuencias positivas.
La aceptación activa implica el dejar de controlar un estresor que no es ni cambiable ni controlable, asumiéndolo con neutralidad desde el punto de vista cognitivo y experimentando al mismo tiempo un estado de bienestar emocional y de energía suficientes como para seguir invirtiendo esfuerzo en otros objetivos vitales significativos.
Un último aspecto que destaca en relación con la acomodación es la relevancia que parece tener en la protección de la depresión y las reacciones indefensión. La imposibilidad de alcanzar los objetivos deseados puede disminuir la sensación de control de la persona sobre su entorno y la creencia de que se es capaz de alcanzar lo que se quiere. Perseverar ante objetivos que no resultan alcanzables puede generar pensamientos rumiativos, así como un estado de indefensión o depresión. El estado depresivo y los pensamientos rumiativos pueden surgir cuando entran en conflicto las tendencias asimilativas y acomodaticias.
Mediante la acomodación es posible reinstaurar la percepción de control y neutralizar el estado de ánimo negativo:
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primero porque la persona cognitivamente hablando comienza a devaluar el objetivo pretendido y deja por lo tanto de buscar nuevos medios para intentar alcanzarlo. Para ello puede usar las comparaciones hacia abajo o puede resultar los posibles beneficios que tiene el abandono de la meta.
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segundo porque al retirar la atención del objetivo, es posible comenzar a generar nuevas metas y submetas alternativas en las que invertir el esfuerzo. De este modo la persona es capaz de volver a formarse expectativas de autoeficacia y de resultados, y de actuar con una mayor flexibilidad y adaptación.
El afrontamiento proactivo
Existen otros ámbitos en la vida de la persona en donde es posible anticipar la presencia de estresores negativos futuros, o promover la ocurrencia de sucesos positivos. Es en este contexto, orientado hacia la anticipación de acontecimientos futuros y la autorregulación de la conducta, en donde se sitúa el afrontamiento proactivo.
El afrontamiento proactivo fue definido por Aspinwall y Taylor como “los esfuerzos que se realizan ante un potencial estresor para prevenirlo o modificar su forma antes de que ocurra”. Implica la construcción de una serie de recursos y la disponibilidad de un conjunto de habilidades que permiten la identificación de acontecimientos que pueden ser fuentes potenciales de estrés.
El afrontamiento proactivo no se enfoca al manejo de un estresor actual o muy próximo en el tiempo sino que ejerce básicamente una función preventiva. Con él la persona puede disminuir o incluso anular, la probabilidad de que estos potenciales estresores ocurran o en el caso de que estos se produzcan permite reducir su severidad.
Ejemplos de acciones de afrontamiento proactivo: provisión de ciertos recursos personales y profesionales o la creación y mantenimiento de una red social capaz de suministrar diferentes tipos de apoyo (instrumental, emocional, informal…) en situaciones de estrés.
Para que el afrontamiento proactivo se lleve a cabo es preciso distinguir una serie de fases cuyo funcionamiento es bidireccional y en las cuales es necesario que la persona aplique una serie de habilidades. Estas fases son:
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Fase de acumulación de recursos: en esta primera fase es posible generar de forma planificada y sin la sobrecarga cognitiva que implica la presencia de una situación estresante, una reserva de recursos sociales, materiales y económicos y aprender nuevas habilidades. Estos elementos van a posibilitar a la persona manejar futuros estresores e incluso estar más capacitada ante la presencia de estresores crónicos en el caso de que éstos ocurrieran.
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Fase de atención y reconocimiento: en este momento la persona dirige su atención hacia posibles estresores o hacia algún tipo de información que esté relacionada con ellos. Esta información puede provenir de fuentes externas al individuo, o puede generarla él mismo de forma reflexiva.
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Fase de evaluación inicial: una vez que se ha identificado un potencial estresor, la persona debe evaluarlo. Debe interpretar qué significado tienen esos estímulos o situaciones que en principio aparecen bajo una apariencia ambigua, pero que a medio o largo plazo pueden llegar a representar amenazas potenciales. A través de este proceso el individuo representa mentalmente el suceso potencialmente estresante, así como los deseos o temores futuros que se relacionan con él, junto con los posibles escenarios que pueden derivarse del mismo. Asimismo, mediante la simulación es posible comenzar a elaborar mentalmente un plan de acción muy general.
- La valoración de una situación, inicialmente ambigua, como un posible estresor, va acompañado de una cierta activación emocional negativa, la cual debe ser manejada y asumida por el individuo como parte de este proceso. Es por ello que en esta fase la persona puede recurrir a buscar apoyo social, tanto con el fin de obtener una mayor claridad cognitiva con respecto al estresor incipiente como de comprobar si su reacción emocional es apropiada.
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Los esfuerzos iniciales de afrontamiento: en esta etapa la persona en función de la evaluación que haya realizado previamente, genera de una forma más elaborada planes alternativos de actuación, graduando la dificultad y el esfuerzo que requieren su realización. A continuación debe comenzar a poner en marcha las acciones inicialmente decididas, con el fin de impedir o prevenir la ocurrencia del posible estresor.
- En principio, para que se inicie el afrontamiento proactivo, es necesario que la persona perciba un cierto grado de control sobre el estresor, y por lo tanto crea que éste puede ser alterado de algún modo. Si la persona estima que el potencial estresor no puede ser manejado de forma activa y directa, porque no es controlable, puede optar por no poner en marcha ningún plan de acción proactivo, tratando de no poner así en riesgo sus recursos.
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La recepción de feedback y la revisión del afrontamiento proactivo: después de que la persona ha realizado los primeros esfuerzos por cambiar el estresor, debe comprobar sus resultados mediante la información que reciba de la propia situación. De este modo, el individuo ha de valorar si el esfuerzo inicial para manejar el estresor ha sido apropiado o por el contrario debe mejorarse.
Si debe mejorarse el individuo tendrá que revaluar de nuevo el estado del estresor, así como la posibilidad de poner en marcha nuevas acciones. Si considera que el estresor resulta inmanejable o muy difícil de cambiar y decide desvincularse de él, la persona tendrá que ser capaz de afrontar las consecuencias afectivas y motivacionales que se derivan del hecho de haber realizado una inversión de recursos y esfuerzo que ha resultado ser infructuosa.
El modelo de afrontamiento proactivo incluye procesos y acciones relacionadas con el afrontamiento, mediante los cuales es posible manejar o minimizar los efectos de un potencial estresor y mecanismos de autorregulación, los cuales permiten a la persona actuar de forma proactiva mediante el planteamiento de objetivos y del control y dirección de sus respuestas internas y su comportamiento.
Otros autores han ampliado la orientación del afrontamiento proactivo otorgándole un sentido, además de preventivo, positivo.
El afrontamiento proactivo-positivo consiste en el esfuerzo realizado por un individuo para generar, acumular y saber usar una variedad de recursos y habilidades, con los que poder planificar y promover cambios positivos en sí mismo y en el entorno. Este tipo de afrontamiento se dirige al logro de metas constructivas, tanto a nivel individual como colectivo, promoviendo la mejora en las condiciones de vida y la obtención de una mayor excelencia en los resultados.
El afrontamiento proactivo-positivo y el afrontamiento proactivo-preventivo comparten algunos mecanismos de actuación, como la orientación hacia el futuro, la construcción de una reserva de recursos y el desarrollo de habilidades de autorregulación. Estas habilidades son la capacidad para plantearse objetivos, la simulación mental y la definición de planes de actuación.
Existen también algunas diferencias entre ambos tipos de afrontamiento:
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El afrontamiento proactivo-positivo permite valorar los riesgos, las demandas y las oportunidades de las situaciones futuras de una forma más constructiva y estimulante, percibiéndolas como retos potenciales.
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El afrontamiento proactivo-preventivo se centra en la evaluación de potenciales riesgos y amenazas y comporta un relativo grado de preocupación.
El afrontamiento proactivo-positivo destaca singularmente la importancia que tienen los recursos, para ir originando los cambios deseados por el individuo.
Hace especial hincapié en la percepción de autoeficacia, el optimismo y el apoyo social ya que estos factores contribuyen de forma positiva a que la persona pueda planificar y autorregular mejor su conducta, con el fin de alcanzar sus objetivos.
A la hora de medir el afrontamiento proactivo solamente se ha desarrollado un único instrumento el PCI que evalúa a través de 6 subescalas diferentes aspectos del afrontamiento proactivo:
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Subescala de afrontamiento proactivo: se refiere al planteamiento autónomo de objetivos, así como a los pensamientos y conductas que facilitan el logro de dichos objetivos.
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Subescala de afrontamiento reflexivo: mide la capacidad para contemplar y diseñar mentalmente planes alternativos de actuación.
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Subescala de planificación estratégica: hace referencia al establecimiento de prioridades y a la habilidad para dividir las tareas en componentes más asequibles.
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Subescala de afrontamiento preventivo: evalúa la capacidad para anticipar y prepararse ante potenciales estresores.
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Subescala de apoyo instrumental: se refiere a la búsqueda de contacto social para obtener consejo, opinión o información.
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Subescala de apoyo emocional: mide la búsqueda de contacto social, con el fin de compartir emociones y sentimientos, fomentar la empatía y sentirse acompañado.
En el marco de los Cinco Factores de la Personalidad, se ha encontrado una asociación positiva de los 2 tipos de afrontamiento proactivo con los rasgos de afabilidad y tesón, si bien el afrontamiento proactivo-positivo también se ha asociado con una mayor extraversión y un menor neuroticismo.
Tanto el afrontamiento proactivo-positivo como el preventivo se han relacionado con una mayor percepción de autoeficacia y satisfacción vital y con niveles más elevados de bienestar, afecto positivo y apoyo social.
En algunas investigaciones, la relación del afrontamiento proactivo-positivo con algunos de los indicadores de ajuste psicológico elegidos, era superior a la obtenida con el afrontamiento proactivo-preventivo.