La identidad personal
Introducción
El Autoconcepto puede ser considerado como una estructura cognitiva compleja, que se mantiene relativamente estable y unitaria a lo largo de nuestra vida. Y también como un conjunto de contenidos mentales, articulados y flexibles, que varían en función de las experiencias que tengamos, de nuestras metas y necesidades, y del modo como valoremos e interactuemos con los diferentes contextos en los que nos desenvolvemos.
Profundamente ligada a la evaluación y el contenido del Autoconcepto se encuentra la autoestima, que viene dada por el nivel de valoración positiva y por el sentimiento de afecto y reconocimiento hacia uno mismo.
Autoconcepto
La definición del Autoconcepto
James estableció una diferencia fundamental entre el Yo como sujeto consciente y pensante, y el Yo como un objeto que puede ser pensado. Mientras que el Yo como sujeto sería equiparable al yo mismo, es decir, a una entidad mental y subjetiva que representaría el núcleo o la esencia de lo que somos, el Yo como objeto se relacionaría con la idea de “lo que es mío”.
De acuerdo con esta segunda acepción, el Yo equivaldría a un agregado de partes diferentes que comprenderían: el cuerpo, las facultades mentales, los roles sociales, los impulsos, dirigidos a preservar y proteger al individuo o a promover su expansión; y los sentimientos que tuvieran la persona con respecto a sí misma, pudiendo ser estos de agrado y satisfacción, o de vergüenza, descontento y confusión.
El Yo como sujeto es entendido como el sí mismo o el self; esto es, como un sistema dinámico y coherente de representaciones cognitivas y afectivas, que, de forma consciente e inconsciente, registra nuestras experiencias; permite darnos cuenta de quiénes somos; identifica nuestros pensamientos y sentimientos; es capaz de planificar, ejecutar y observar nuestra conducta en los diferentes contextos sociales; y procesa, construye e interpreta la información proveniente de nuestras interacciones sociales.
El yo como objeto, se refiere al conjunto de percepciones, creencias y evaluaciones que el individuo tiene y hace en relación consigo mismo, siendo equivalente a su Autoconcepto.
El Autoconcepto constituye una estructura mental compleja, cuyo contenido viene dado por el conocimiento que la persona tiene sobre sí misma; lo fundamental del Autoconcepto es que la persona crea que ese conocimiento define su manera de ser.
Una primera formulación del Autoconcepto es la que lo concibe como una estructura nuclear fija y consistente; configurada a partir de una serie de características físicas y psicológicas que se mantendrían relativamente estables a lo largo de toda la vida del individuo. Según esta perspectiva, se entiende que el Autoconcepto va a mostrar resistencia a integrar cualquier información que cuestione sus contenidos centrales; siendo, en consecuencia, poco permeable a los cambios que se produzcan en el entorno del individuo.
El Autoconcepto posee una naturaleza social y simbólica, y por lo tanto, es capaz de influir en la selección y en el modo de interpretar la información que, referida a uno mismo, se obtiene a partir de las relaciones sociales. Esta información puede estar basada en las comparaciones que hagamos entre nuestras características y las de los demás; en los juicios de valor que realicen otras personas acerca de nuestras actuaciones; o en el tipo de percepción que obtengamos acerca de nosotros mismos.
El hecho de que el Autoconcepto se forma y está inextricablemente unido al contexto relacional, es una de las formulaciones básicas de la teoría del apego. Según esta teoría el modelo mental que cada persona construye acerca de sí misma, viene modulado por la experiencia con sus cuidadores en las primeras etapas de la vida, y por el tipo de vínculo que ha establecido con ellos. De esta forma las personas aprenden quiénes son y qué son a partir de las relaciones que mantienen, en las fases iniciales del desarrollo, con los otros más cercanos y significativos.
En esta etapa es cuando el Autoconcepto resulta más moldeable, y por tanto más susceptible a incorporar los valores, las evaluaciones y las expectativas provenientes de las figuras de apego. Este aspecto representa para algunos autores un componente básico en la formación de la autoestima insegura y condicionada. Esta clase de autoestima se desarrolla cuando el niño percibe que su sentimiento de valía depende de la aprobación y el rechazo por parte de sus progenitores, y no de la experiencia de ser querido y aceptado de forma incondicional.
El autoconocimiento construido mediante las experiencias sociales, funciona como un mecanismo que guía la conducta, y contribuye a definir las metas y las estrategias que se van a poner en marcha en las diferentes situaciones. Así por ejemplo, una persona con un Autoconcepto negativo tenderá a ponerse metas excesivamente bajas y fácilmente alcanzables, con la intención de evitar posibles resultados negativos y proteger su Autoconcepto.
La visión del Autoconcepto como un sistema multifacético y flexible, facilita al individuo la posibilidad de actuar convenientemente en cada situación, adaptándose a las demandas específicas que en ella se planteen. Al mismo tiempo que le permite ir revisando los diferentes contenidos del Autoconcepto para integrarlos de una forma realista , y no excesivamente ilusoria.
El contenido del Autoconcepto
Tipos de contenido
Podemos hablar de dos tipos de contenidos:
- Por un lado está el conocimiento procedimental, el cual abarca el conjunto de reglas que el individuo aplica cuando infiere, recuerda y evalúa la información relacionada consigo mismo. Un ejemplo de este tipo de conocimiento es el empleo sistemático del sesgo hedonista en la atribución de resultados que son relevantes para el Autoconcepto; esto es, la tendencia a responsabilizarse de los resultados positivos, y a relacionarlos con causas externas si son negativos.
- Por otro lado se encuentra el conocimiento declarativo, el cual incluye la representación mental de los diferentes atributos y peculiaridades que describen a la persona, y que se conectan con situaciones y ámbitos de experiencia de distinta índole (tengo habilidad para la cocina, etc…)
La representación contextualizada de las diversas características y atributos personales representa, propiamente, el contenido del Autoconcepto. Estos atributos pueden referirse a aspectos físicos (por ejemplo soy alto, etc…); sociales (con gente nueva soy muy divertido); emocionales (si me enfado doy portazos); cognitivos (cuando estoy preocupado doy vueltas a las cosas); y comportamentales (cuando cocino, soy organizado).
Dentro del procedimiento declarativo se encuentra también el recuerdo de los episodios personales vividos por el individuo (por ejemplo “yo en mi primer viaje al extranjero”). Estos recuerdos, además de formar parte de la memoria autobiográfica, permiten la construcción de un Autoconcepto más positivo o más negativo, y proporcionan unidad y coherencia a los múltiples autoconceptos o “yoes” que coexisten dentro de la misma persona.
Conforme más accesibles y nítidos sean los recuerdos positivos, y mayor distancia se establezca con respecto a los negativos, más protegido parece estar el Autoconcepto y mejor autoestima presenta la persona.
Otra dimensión es la valoración que haga el individuo respecto al contenido del mismo. Esta valoración puede ser diferente según el aspecto o la faceta considerada. Incluso pueden darse valoraciones contradictorias entre aspectos distintos, o dentro de un mismo aspecto. Así, una persona puede evaluar de forma positiva su rol profesional (soy competente y estoy interesado por los cambios), y de modo negativo su habilidad para el deporte (sin agilidad y poco motivado). O puede considerarse como “alguien amable, servicial y ambicioso” cuando, dentro de su trabajo, se relaciona con los clientes; y describirse, al mismo tiempo, con términos opuestos cuando se observa trabajando con su jefe (serio, con poca implicación y aburrido).
La propuesta de Markus
Los esquemas sobre uno mismo
Markus propone que algunas de las representaciones que la persona posee respecto a su forma de ser, son periféricas. Es decir, resultan menos definitorias de su personalidad, están menos elaboradas cognitiva y emocionalmente, y se basan en menor medida en los datos que la persona acumula a partir de su experiencia.
Estos contenidos periféricos se refieren a características que no son muy comunes entre las diferentes partes del Autoconcepto (por ejemplo una persona puede considerar que la cualidad “perezosa” es descriptiva de sí misma sólo en las situaciones en las que tiene que madrugar mucho); o que son poco valoradas y resultan poco importantes para el individuo (por ejemplo “cómo soy en las reuniones de vecinos”).
Otras representaciones son centrales para la definición del Autoconcepto, ya que resaltan lo más peculiar y esencial del individuo. Estas representaciones, denominadas esquemas, son de naturaleza cognitiva y afectiva; permiten al individuo diferenciarse más claramente de los demás; y, dada la relevancia de sus contenidos, constituyen aspectos nucleares del Autoconcepto.
Los esquemas incluyen material cognitivo referido a la experiencia, o a las habilidades del individuo en ámbitos específicos (“se me dan bien los idiomas”). También pueden constituirse como estructuras de conocimiento generalizado, basadas en la categorización de la información que se obtiene a partir de los patrones de conducta, y de las evaluaciones que uno mismo realiza, o que efectúan los demás (“me considero una persona independiente”).
Los esquemas seleccionan, organizan y procesan de una determinada manera la información que, concerniente a uno mismo, se obtiene a través de la experiencia social. Asimismo ejercen una influencia considerable sobre el grado de importancia atribuido a los acontecimientos que pueden tener conexión con el Autoconcepto; y pueden determinar los juicios, valoraciones e inferencias que haga la persona en las distintas situaciones.
Los esquemas se construyen a partir de experiencias que son similares y se han repetido en contextos diferentes, son bastante resistentes a integrar datos que sean inconsistentes con la información que contienen. Presentan un cierto grado de flexibilidad; con lo cual es posible incorporar, dentro de ellos, elementos que permitan modificar, en alguna medida, el Autoconcepto, y que recojan el efecto de los posibles cambios temporales o situacionales.
Puede ocurrir que la persona o disponga de un esquema preciso acerca de cuáles son sus características o atributos en un determinado ámbito; bien porque no asigne importancia a ese campo, o bien porque no reconozca ni volare sus habilidades en esa situación.
Cuando esto sucede, la persona está menos preparada para anticipar y llevar a cabo las estrategias necesarias para actuar de forma efectiva. Este planteamiento puede verse claramente cuando se trata de situaciones nuevas, o cuando las tareas que deben realizarse están poco definidas. Entonces, para comportarse de forma adecuada, el individuo debe recurrir al conocimiento que tenga sobre sus recursos internos, y persistir en la tarea aunque reciba algún tipo de información negativa sobre sí mismo.
La dimensión temporal del Autoconcepto
Markus propone otra posible diferenciación entre los diversos tipos de “yoes” o autoconceptos. Así, en la persona, puede coexistir un Autoconcepto ligado al pasado (“cómo era yo cuando mis hijos eran pequeños”), otro referido al momento presente (“como soy cuando estoy con mi familia”), y otro relativo al futuro (“cómo sería mi parte más optimista”).
El Autoconcepto relativo al pasado comprende el conocimiento que se tiene acerca de cómo era la persona en un tiempo pasado. Este tipo de Autoconcepto se hace más sobresaliente cuando la persona ha cambiado algunos de los rasgos o atributos que le caracterizaban en otros momentos de su vida, pero que ya no lo hacen. O cuando se desea cambiar algunas de las partes del Autoconcepto actual que, son similares a las mantenidas en el pasado, pero que generan desagrado o malestar la persona.
El Autoconcepto actual está referido al presente, y engloba el conjunto de características, pensamientos y actitudes que, en relación con uno mismo, se activa y se hacen accesibles en un momento determinado. Este tipo de Autoconcepto también incluye los esquemas referidos a uno mismo, los cuales, por su profunda elaboración y por el significado que tienen para el individuo, resultan crónicamente accesibles.
Los contenidos del Autoconcepto actual se activan dependiendo de la historia de aprendizaje de la persona, y de las situaciones en las que se encuentre el individuo. Al mismo tiempo guían a la persona para que interprete y actúe de una forma determinada en las distintas situaciones. Por ejemplo. Una persona que se sienta muy irritada y decepcionada consigo misma en su rol de madre cada vez que discute con sus hijos, puede llegar a interpretar de forma negativa cualquier conducta de reconciliación que, posteriormente, éstos lleven a cabo, dada la dominancia y accesibilidad que adquirieron, en su Autoconcepto actual, los contenidos cognitivos y afectivos de decepción e irritabilidad.
Un tercer tipo de Autoconcepto es el que hace referencia al futuro, el cual es denominado por Markus como los posibles yoes. Este tipo de conocimiento engloba el conjunto de esperanzas, temores y deseos que resultan relevantes para el individuo; así como las diferentes cualidades que a la persona le gustaría tener o podría tener, y aquellas otras ante las que se sentía mal en el caso de que las tuviera.
Por ejemplo, una persona que vaya a decidir ponerse a dita, puede anticipar cómo le gustaría verse cuando ya la hubiera iniciado (“mucho más delgada y extremadamente feliz), cómo podría estar realmente (“yo con algunos kilos de menos, siendo capaz de comer en menor cantidad, atractiva y contenta), o qué partes de sí misma teme que puedan aparecer en esa situación futura (“mi parte ansiosa”, o “yo siendo capaz de mantener la dieta cuando esté en reuniones sociales”).
Los posibles yoes representan la capacidad del individuo para construir, o reconstruir partes de su Autoconcepto; proceso éste para el cual puede recurrir a modelos, imágenes y la información aportada por el contexto sociocultural en el que se desenvuelve.
Los posibles yoes cumplen dos clases de funciones. Por una parte actúan como incentivos de conductas futuras, en la medida en que constituyen partes de uno mismo que simbolizan aspiraciones y metas, aunque a veces también pueden reflejar los temores y las amenazas que tiene la persona. En este sentido los posibles yoes pueden funcionar como un puente cognitivo entre el yo presente (lo que yo soy aquí y ahora) y el yo futuro (lo que yo quiero o puedo ser), favoreciendo la construcción mental de escenarios y cursos de acción apropiados.
De este modo un individuo puede seleccionar conductas de aproximación, para lograr que partes potenciales de sí mismo, que representan cualidades positivas, se conviertan en reales; o, por el contrario, puede actuar de forma que evite que algunos de los posibles yoes que son temidos o rechazados se hagan realidad.
Otra función que cumple el Autoconcepto referido al futuro es la de proporcionar un estándar de referencia, para evaluar las propias conductas o los resultados obtenidos en una situación particular. Una persona que atribuya un gran valor a su “yo, cuando me haya sacado el carnet de conducir”, puede interpretar un suspenso en este examen de una forma más negativa y amenazante, a como lo haría otra persona que considerara que el sacarse el carnet de conducir es poco relevante dentro de su Autoconcepto futuro.
La estructura del Autoconcepto
La consideración del Autoconcepto como una entidad multifacética implica que su estudio debe atender, no sólo al tipo de contenidos que lo componen, sino también a la forma como dichos contenidos se estructuran y son evaluados.
La complejidad del Autoconcepto: El modelo de Linville
Aspectos generales
Linville propone que el Autoconcepto es complejo cuando el conocimiento que se tiene acerca de uno mismo se organiza en función de un gran número de aspectos, los cuales, a su vez, están claramente diferenciados. Es decir, la complejidad depende de dos factores: del número de aspectos o facetas que contenga el Autoconcepto, y de lo diferenciados que estén estos elementos.
Cada uno de los aspectos y facetas que componen el Autoconcepto representa una estructura cognitiva, dentro de la cual hay una red de asociaciones entre atributos, características, proposiciones y emociones de diferente índole. A partir del grado de independencia conceptúalo que mantengan todos estos elementos, será posible definir su nivel de diferenciación:
cuanto mayor sea la independencia que haya entre ellos, más diferenciados estarán también sus componentes.
Un Autoconcepto complejo estará organizado, en consecuencia, en torno a numerosas dimensiones, las cuales a su vez serán independientes, en el sentido de estar muy poco o nada solapadas entre sí. Estas dimensiones, o facetas, pueden referirse a los rasgos personales, las habilidades, las características físicas, las conductas, las metas, los roles o las relaciones interpersonales.
Hay que destacar que, según el modelo de Linville, la complejidad del Autoconcepto viene determinada por la separación que mantienen sus componentes; resultado irrelevante, a efectos de la complejidad, el contenido de los mismos, o la valoración que se haga de ellos.
La complejidad del Autoconcepto se adquiere a partir del aprendizaje y la experiencia social de la persona. Cuanto más variada sea la experiencia del individuo en diferentes ámbitos, y cuanto mayor sea el número de roles que desempeñe, mayor será también la probabilidad de que las facetas de su Autoconcepto estén diferenciadas.
La complejidad en la organización del Autoconcepto es contemplada por Linville como una característica bastante estable, y consistente a través de las diferentes situaciones. Por lo tanto representa una variable disposicional a partir de la cual se pueden establecer diferencias interindividuales.
El efecto de propagación y su relación con el bienestar psicológico
Las respuestas emocionales también pueden darse de forma separada, o por el contrario covariar. Si el grado de dependencia emocional entre las facetas es muy bajo, o nulo, los posibles altibajos afectivos que se detecten en una faceta apenas afectará, o no lo hará en absoluto, al tono afectivo que tenga el resto.
Si, por el contrario, entre las facetas existe un alto grado de interrelación emocional, la activación de una de ellas dará lugar a que su respuesta emocional se transmita a través de todas las demás con las que esté conectada; adoptando todas ellas la misma cualidad emocional que la primera. Este efecto es denominado propagación emocional.
Cuanto más simple sea el Autoconcepto, bien porque posea pocos componentes aunque estén altamente diferenciados, o bien porque sus componentes estén poco diferenciados con independencia del número que haya, mayor propagación emocional se producirá de un componente a otro.
Por el contrario cuando el Autoconcepto sea complejo, es decir gran número de componentes y alta diferenciación entre ellos, la respuesta emocional que se active en cada uno de ellos quedará circunscrita a ese espacio, propagándose poco o nada entre los demás.
El modelo de Linville asume que la forma de sentirse en un momento determinado depende de los componentes del Autoconcepto activados, así como del tono afectivo que estos posean. La activación de las diferentes partes del Autoconcepto puede producirse por la presencia de un acontecimiento externo, por la actuación de algún proceso cognitivo (por ejemplo, el recuerdo de una experiencia), o por el propio efecto de la propagación emocional.
La relación entre la complejidad del Autoconcepto y la propagación emocional llevó a Linville a plantear dos hipótesis.
La primera de ellas, denominada hipótesis de la extremidad afectiva, establece que las personas que tengan un Autoconcepto con baja complejidad presentarán una mayor variabilidad en su estado de ánimo, y en la evaluación que hagan sobre aspectos de sí mismas, después de la ocurrencia de algún acontecimiento vital. Si el acontecimiento es de tipo negativo, es esperable que estas personas disminuyan su valoración personal y presenten un estado de ánimo más negativo. Si, por el contrario, el acontecimiento experimentado es de carácter positivo, aumentarán su valoración personal y el estado de ánimo positivo.
Conforme menor es la complejidad del Autoconcepto, mayor será la proporción de facetas afectadas por el acontecimiento estresante, y mayor también la propagación emocional que se produzca entre ellas. De ahí que, cuando ocurre un acontecimiento negativo, la activación emocional que tiene lugar afecta a una gran parte del Autoconcepto, quedando pocos componentes insensibles a este efecto, y por lo tanto disponibles para amortiguar el impacto del suceso estresante.
La segunda hipótesis que se deriva del modelo de Linville, se denomina hipótesis amortiguadora. De acuerdo con ella, se espera que la complejidad del Autoconcepto actúe como un moderador en la relación del estrés con la salud física y psicológica del individuo. De este modo, ante una situación estresante, las personas que posean un Autoconcepto complejo sufrirán menos consecuencias negativas sobre su salud, ya que el estrés sólo afectará a unos pocos componentes de su Autoconcepto. En consecuencia, su efecto sobre los pensamientos y las emociones negativas será menor, y estará más limitado.
Estos resultados vienen a apoyar la función moderadora que tiene la complejidad del Autoconcepto ante los acontecimientos estresantes. Cuando estos ocurren, el hecho de disponer de un Autoconcepto con alta complejidad, favorece que su efecto sobre el estado de ánimo y la salud física sea menor.
La organización evaluativa del Autoconcepto: el modelo de Showers
Tipos de organización
El modelo de Showers parte de la idea de que el Autoconcepto consiste en un conjunto de aspectos referidos a uno mismo y conectados a contextos diversos. Estos aspectos representan las identidades que son más sobresalientes en el individuo, las cuales, a su vez, pueden describirse a partir de una serie de creencias o características. Este punto de partida teórico también constituye uno de los presupuestos del modelo de Linville.
Ambos modelos comparten además la idea de que el tipo de organización que posee el Autoconcepto puede moderar el impacto que tengan las situaciones estresantes, así como el posible efecto negativo que produzcan las características personales menos deseables.
Para Showers a la hora de configurar el Autoconcepto, es necesario considerar la valoración que hace el individuo sobre sus propias descripciones; valoración ésta que puede ser positiva o negativa. En función de ella el Autoconcepto puede organizarse de dos formas diferentes:
- Organización evaluativa compartimentalizada: el Autoconcepto se compone de categorías separadas donde cada una de ellas engloba, exclusivamente, descripciones valoradas, bien de forma positiva, o bien de forma negativa. Cuando la categoría sólo incluye descripciones positivas, hablamos de un “compartimento positivo”. Si por el contrario sólo incluye descripciones negativas, hablamos de un “comportamiento negativo”.
- Organización evaluativa integrada: el Autoconcepto se compone de categorías separadas, conteniendo cada una de ellas una serie de descripciones valoradas simultáneamente de forma positiva y negativa. Estas descripciones, aun siendo de valencia diferente, son conectadas por la persona de forma que tengan sentido para ella. Por ejemplo, un individuo puede describirse de forma integrada en su rol profesional, empleando una combinación de frases positivas y negativas (“organizado, pero desordenado cuando tengo mucho trabajo”, “resolutivo en la mayoría de las tareas, pero muy poco hábil para manejar los conflictos con los clientes”).
El modelo de Showers contempla, así, una estructura del Autoconcepto basada en una serie de descripciones y creencias específicas, las cuales se organizan en función de la valoración que se haga de ellas. De este modo es posible considerar un continuo en la organización del Autoconcepto, que comprendería desde la compartimentalización hasta la integración evaluativa.
Si en un Autoconcepto compartimentalizado los compartimentos más accesibles son los positivos, bien porque resulten ser los más importantes o centrales para la persona, o bien porque un acontecimiento externo los active, se habla de una “compartimentalización positiva”. Si por el contrario los compartimentos más accesibles son los negativos, el Autoconcepto presenta una “compartimentalización negativa”.
En el caso del Autoconcepto integrado, en el cual se combinan dentro de una misma categoría atributos positivos y negativos, puede ocurrir que los atributos positivos sean los que posean una mayor activación, presentando entonces el Autoconcepto una organización “integrada positiva”. En este caso el individuo daría más importancia a los atributos positivos contenidos en las categorías de su Autoconcepto, que a los negativos. No obstante también puede suceder que sean los atributos negativos los que estén más activados, resultados entonces una organización del Autoconcepto de tipo “integrada negativa”.
Predicciones y evidencia empírica del modelo
Una primera predicción que hace el modelo es que, cuando el Autoconcepto es de tipo compartimentalizado, si los compartimentos que se activan con mayor frecuencia son los positivos, el estado de ánimo del individuo será más positivo y su autoestima más alta. Este efecto es esperable debido a que, al haber un mayor acceso de las características positivas, disminuirá la activación de los compartimentos negativos, y, por lo tanto, el impacto de las cogniciones y emociones negativas asociadas a estos será también menor. Lo contrario sucederá si la compartimentalización es negativa. Al activarse con mayor frecuencia las creencias y descripciones valoradas negativamente, bien porque ocurra un acontecimiento estresante o bien porque sean más importantes para la persona, ésta presentará un estado de ánimo más negativo y una autoestima más baja.
¿Y qué ocurre en el caso de disponer de un autoconcepto integrado? La predicción que hace, en este sentido, el modelo de Showers es que la presencia conjunta de creencias positivas y negativas tenderá a moderar el estado de ánimo, evitando que éste sea excesivamente positivo o negativo y contribuyendo a mantener el nivel de autoestima. Este efecto ocurre en la medida en que la información positiva que contiene la categoría activada, compensa y protege del posible impacto que puede ejercer la información negativa, presente también en la misma categoría.
Los mayores niveles de bienestar emocional y autoestima se van asociar con un autoconcepto con compartimentalización positiva; siendo estos niveles más moderados en el caso de la organización integrada. Y mucho más bajos cuando el autoconcepto presente una compartimentalización negativa.
Conforme mayor fuera la importancia dada a los aspectos o compartimentos positivos, más bajo sería el estado de ánimo depresivo experimentado por la persona, y mayor su nivel de autoestima.
El autoconcepto compartimentalizado se ha relacionado con cambios más drásticos en la autoestima dependiendo de la clase de sucesos que ocurran. Este dato podría significar que, en determinados casos, las personas que tienen un autoconcepto compartimentalizado, aunque sea positivo, pueden presentar una mayor tendencia a pasar a una compartimentalización negativa, disminuyendo al mismo tiempo su autoestima. Este aspecto, relacionado con la inestabilidad en la autoestima, constituye un factor de vulnerabilidad en individuos que tienen una autoestima alta pero frágil.
En personas con trastorno depresivo o con desórdenes en la alimentación se ha constatado que el mantenimiento de un autoconcepto integrado resulta más ventajoso que el organizado en compartimentos negativos. En estos casos el autoconcepto integrado se asocia con una disminución en la frecuencia y el impacto de las emociones negativas; y promueve un mayor bienestar emocional, una mejor autoestima y el empleo de estrategias de afrontamiento más eficaces.
Compartimentalización positiva, organización integrada y ajuste psicológico
El autoconcepto flexible sería aquel en el que prevaleciera la compartimentalización positiva; es decir, la valoración de los aspectos positivos como importantes. Pero que también fuera capaz de recurrir, en determinadas circunstancias, a la organización integrada.
La compartimentalización positiva permite contener las características negativas dentro de categorías poco relevantes para el individuo, reduciendo o eliminando su impacto. Por ejemplo, una persona que acabe de separarse de su pareja, puede intentar minimizar dentro de su autoconcepto la relevancia de esta experiencia. Para ello puede comenzar a entablar nuevas relaciones sociales con otras personas, con las que compartir sus actividades de tiempo libre, resaltando positivamente el valor y la importancia de esta faceta social de su autoconcepto.
La posibilidad de cambiar de un autoconcepto con una compartimentalización negativa a otro de tipo integrado, resulta particularmente eficaz cuando los atributos negativos se hagan muy accesibles para el individuo. Esta mayor accesibilidad puede producirse, bien porque la importancia o la frecuencia de estos atributos sea muy alta, como ocurre en los casos de depresión; o bien porque esas características se hayan activado en un momento determinado a consecuencia de la presencia de un acontecimiento estresante.
En estos casos, el aislamiento de las características negativas, y la minimización de su impacto a través de la organización en compartimentos separados, puede llegar a ser difícil. De ahí que sea preferible que la persona genere un mayor número de descriptores positivos, e integre, dentro de este marco y de forma más contextualizada, sus características negativas.
Hay que señalar que el autoconcepto con una compartimentalización positiva requiere un esfuerzo cognitivo bajo, ya que simplemente consiste en negar o minimizar los atributos negativos. Sin embargo, la organización integrada del autoconcepto implica una mayor inversión y elaboración de los recursos cognitivos. Además, para poder mantener este tipo de organización, la persona ha de ser capaz de manejar adecuadamente el afecto negativo que supone reconocer, de forma relativamente continua, aspectos personales que no son agradables.
Se ha considerado que este tipo de autoconcepto podría estar cumpliendo una función más protectora; frente al autoconcepto con una compartimentalización positiva, el cual podría estar más dirigido al autoensalzamiento.
Motivaciones relacionadas con el autoconcepto
Las motivaciones que se relacionan con el self, pretenden conseguir dos metas fundamentales. Por un lado minimizar la presencia del afecto negativo, para lo cual tratan de promover una evaluación favorable de la imagen personal; y por otro, reducir la incertidumbre que puede generar la falta de conocimiento con respecto a uno mismo, a los demás o a lo que sucede en el entorno.
Podemos decir que existen diferentes tipos de motivaciones relacionadas con el self. Algunas se dirigen a la búsqueda y el mantenimiento de la autoestima, a la autoafirmación, o al ensalzamiento de las características personales favorables; acciones todas ellas que, a su vez, se asocian con emociones positivas. Otras motivaciones, en cambio, están encaminadas a reducir la ansiedad, la incertidumbre o la ambigüedad que pueden aparecer cuando surgen discrepancias entre las creencias que se mantiene en torno a uno mismo, y la forma de comportarse; o entre las características personales actuales que contiene el autoconcepto, y aquellas otras que se desearía tener. Para reducir este nivel de malestar, la persona intenta que el conocimiento que posee sobre sí misma sea lo más claro y consistente posible.
La motivación de autoensalzamiento
La motivación de autoensalzamiento hace referencia a la necesidad de resaltar las cualidades y los aspectos positivos de uno mismo, y de mantener este tipo de valoración. Para lograr este objetivo las personas tienden a seleccionar aquella información que tenga implicaciones positivas para su autoconcepto; evitando, o tratando de disminuir, el impacto de aquella otra que suponga una evaluación negativa del mismo.
Esta motivación se ha asociado con una mayor determinación en el logro de las metas, y con un uso más constructivo de las estrategias de autorregulación. Cuando en el proceso de conseguir los objetivos planteados se van obteniendo resultados iniciales positivos, la motivación de autoensalzamiento promueve una mayor perseverancia.
La atendencia al autoensalzamiento es un mecanismo que se asocia, también, con una mayor autoestima y con niveles más altos de bienestar emocional. Las personas con alta autoestima muestran delante de los demás un estilo de presentación más arriesgado y ambicioso. Tienden así a agrandar sus aspectos positivos y a exhibir públicamente sus logros, con el fin de conseguir un mayor prestigio y reconocimiento social de sus habilidades, recursos y valores; aunque ello suponga, al mismo tiempo, asumir el riesgo de poder ser desaprobado en algún momento, o ante un grupo determinado.
Otro indicador de autoensalzamiento es la comparación con los demás. Mediante la comparación con los demás es posible llegar a reconocer y valorar de manera más positiva los aspectos personales, obteniéndose una mayor satisfacción.
Existen dos tipos de comparaciones sociales:
- La comparación “hacia abajo”, a través de la cual las cualidades personales se colocan en un plano superior a donde se sitúan las cualidades de los demás (por ejemplo “he conseguido comprarme el coche yo solo, mientras que a mi amigo Juan le ha ayudado su padre”). O se exagera los atributos y las capacidades personales mediante la devaluación de las cualidades de los demás.
- La comparación “hacia arriba”, mediante la cual comparamos los atributos o las circunstancias personales con las de otras personas que pensamos están mejor que nosotros (por ejemplo “puedo llegar a nadar tan bien como lo hacen algunos de mis compañeros”).
El uso frecuente del autoensalzamiento puede generar, en el entorno social, respuestas, más que de reconocimiento, de desaprobación; ya que los individuos que lo utilizan de forma habitual pueden resultar excesivamente arrogantes y poco creíbles. Además, cuando la necesidad de autoensalzamiento es alta y se obtienen resultados negativos, el grado de malestar emocional experimentado puede ser también mayor, dado que esa clase de resultados puede poner en cuestión el grado de realismo que tiene la imagen del individuo.
La motivación de consistencia
Se refiere a la necesidad que tienen las personas de preservar el concepto que tienen de sí mismas. Para ello tienden a seleccionar y a procesar, de forma selectiva, aquella información que perpetúa el contenido de su autoconcepto. Y buscan el tipo de evaluación que sea congruente con la visión que tienen de sí mismas, aunque dicha evaluación sea negativa.
La búsqueda de consistencia responde a la necesidad de percibir la realidad de forma coherente y predecible, y de mantener un cierto grado de seguridad sobre el posible curso de las interacciones sociales. En este sentido la visión estable acerca de uno mismo proporciona una base de coherencia, con la que poder definir y organizar las diferentes vivencias, guiar e interpretar las relaciones sociales, y predecir los acontecimientos futuros.
A mediados de los años 80 surgió una reformulación de la necesidad de consistencia, con la cual pasó a denominarse como motivación de autoverificación. La novedad que aporta la motivación de autoverificación es el énfasis que pone en buscar la confirmación de aquellos contenidos cognitivos y afectivos del autoconcepto, que estén sólida y claramente definidos.
Así por ejemplo, una persona que mantenga con bastante claridad y certidumbre la creencia “soy incapaz de ponerme adieta”, buscará verificar esta información, aunque sea negativa, a través de su propia conducta o a través de la información que reciba de los demás. Sin embargo, será menos probable que trate de confirmar aquellos otros aspectos que posea sobre sí misma, pero que tengan un contenido más difuso (por ejemplo “soy algo tímida”).
La motivación de autoverificación actúa cuando se recibe una evaluación relevante para el autoconcepto, y se la contrasta con las creencias, crónicamente accesibles, que se tienen acerca de cómo uno es (“el yo real”). Cuando estas creencias son confirmadas a través de la evaluación recibida, se incrementa la seguridad que tiene la persona con respecto a su autoconocimiento. Si, por el contrario, las creencias resultan desconfirmadas puede aparecer un estado de temor, dado que la persona puede comenzar a pensar que realmente no se conoce tal como es.
Cuando el autoconcepto sea positivo, la persona buscará y seleccionará aquella información que confirme sus creencias positivas. Y, cuando sea negativo, elegirá aquella información que también confirme sus contenidos desfavorables.
Se ha observado que las personas con un algo autoconcepto negativo, cuando reciben un feedback negativo, lo consideran más aceptable, más preciso y más descriptivo de sí mismas que el feedback positivo, aunque dicha información hace que, al mismo tiempo, se sientan mal consigo mismas. Sin embargo, si el feedback que reciben es positivo, aun siendo incongruente con su autoconcepto, hace que se sientan mejor.
Autoestima
Definición de la autoestima y su relación con el autoconcepto
El autoconcepto también representa un objeto al que podemos valorar, y hacia el cual podemos sentir un afecto determinado. Así una persona puede evaluar lo que ella cree que es, y cómo cree que es, en términos globalmente positivos, experimentando entonces una sensación de valía y aceptación hacia sí misma. O, por el contrario, puede evaluar su autoconcepto de una forma desfavorable, generando entonces sentimiento negativos hacia sí misma, como desaprobación, desagrado o devaluación.
Rosenberg considera la autoestima como la actitud positiva o negativa que se tiene en torno a uno mismo. De acuerdo con este enfoque se concibe la autoestima como un constructo unidimensional, que hace referencia al grado en que cada persona se valora de forma positiva, y mantiene un sentimiento de afecto en relación consigo misma. Así, cuando la persona tiene una alta autoestima, siente que es alguien valioso, se respeta a sí misma, y se gusta y acepta tal como es.
Otros autores sostienen, por el contrario, que entender la autoestima exclusivamente como un sentimiento global de valía y de autoaceptación supone una visión demasiado simplista de la misma. Argumentan que una valoración extremadamente positiva acerca de las cualidades personales, como el excesivo engrandecimiento de la imagen personal, el egocentrismo o el narcisismo. Por ello consideran que la autoestima debe estar conectada también con las habilidades y acciones que realice el individuo, así como con las metas que éste alcance.
Esta orientación de la autoestima ligada también a la capacidad efectiva de actuar en el medio, fue planteada inicialmente por James, quien la definió como la relación entre los éxitos conseguidos y las pretensiones:
Autoestima = Exitos / Pretensiones
De esta manera James establecía como componentes de la autoestima, por un lado, los deseos, las metas o las aspiraciones de la persona; y por otro, su propia capacidad para poder alcanzarlos o llevarlos a cabo.
Medición de la autoestima
Una gran parte de los instrumentos que miden la autoestima, lo hacen de forma directa y autoinformada; considerando que la autoestima constituye una característica global, unidimensional y relativamente estable, la cual refleja los sentimientos positivos o negativos que tiene el individuo hacia sí mismo.
Ejemplo de esta forma de evaluación es la escala de Rosenberg, el instrumento que con mayor frecuencia se ha empleado para medir la autoestima. Esta escala consta de 10 items, la mitad de los cuales se formula de forma positiva y la otra mitad de manera negativa. El contenido de los ítems se refiere al grado de aceptación y respeto que siente la persona en torno a sí misma, con independencia de sus capacidades, los roles que desempeñe, o las conductas que lleve a cabo. Una puntuación alta en esta escala expresa una autoestima elevada o positiva, mientras que una puntuación baja refleja una autoestima baja o negativa.
Tafarpdi y Swann diseñaron el inventario SLCS (The Self-Liking / Self-Competence scale). Este instrumento consta de dos escalas, compuesta cada una por 10 items. Una escala mide el componente de evaluación personal de competencia, a través de ítems tales como: “soy bastante efectivo en las cosas que hago”,, “realizo bastante bien muchas cosas”, “casi siempre soy capaz de conseguir lo que intento”;, mientras que la otra evalúa el componente de consideración positiva hacia uno mismo, empleando ítems como: “estoy seguro de mi valía personal”, “me siento bien conmigo mismo”, “nunca dudo de mi valía personal”, etc… En este estudio, ambas subescalas demostraron tener una adecuada validez convergente y divergente, dando así apoyo a la idea de que la autoestima no puede ser reducible a un constructo global.
Tipos de autoestima
Autoestima alta o baja
A la hora de categorizar los diferentes tipos de autoestima, un criterio comúnmente empleado es el que se basa en el nivel; esto es, en el grado en el que los sentimientos de valía personal y autoaceptación son altos (o positivos), o bajos (o negativos).
Si analizamos el perfil psicológico que caracteriza a las personas con una alta autoestima, podemos observar que, por lo general, estas personas se sienten valiosas y a gusto consigo mismas; tienen poca dificultad en aceptar a los demás, considerando que están al mismo nivel que ellos; se muestra relativamente abiertas a tener nuevas experiencias; y creen que disponen de los recursos necesarios para conseguir sus objetivos y proyectos vitales. Suelen implicarse en tareas que requieren iniciativa y perseverancia.
Las personas con alta autoestima tienden a atribuir los éxitos a causas internas, mientras que los errores o los fracasos los atribuyen a causas externas. La experiencia de una alta autoestima se acompaña de un tono afectivo “hedónico”, ya que la sensación de sentirse a gusto y aceptado por uno mismo produce sentimientos de placer y bienestar.
Se ha constatado que las personas que presentan una baja autoestima tienen la necesidad de pensar sobre sí mismas de forma positiva, y de valorarse en términos favorables. Sin embargo consideran que tienen pocas razones para hacerlo, ya que cuando algún acontecimiento amenaza su sensación de valía, son menos capaces de atender y resaltar otros aspectos positivos. De este modo su autoconcepto está constituido en torno a una base reducida de recursos y cualidades positivas.
Los individuos con baja autoestima se caracterizan, más que por la presencia de una firme visión negativa de sí mismos, por la ausencia de una visión positiva. Este aspecto se refleja, especialmente, en la forma en que se describen a sí mismos; ya que, por lo general, suelen describirse de una forma difusa, empleando términos neutrales y poco comprometidos (“algo simpático”) en lugar de con adjetivos graduados de forma más extrema (“muy simpático” o “bastante egoísta”). Su autoconcepto resulta sí menos claro, e, internamente, menos estable y consistente.
Utilizan menos el sesgo de autoensalzamiento; es decir, cuando les sucede algo negativo, se sienten más responsables de lo que realmente son. Y cuando les acontece algún suceso positivo, consideran que está menos relacionado con sus características o con su comportamiento de lo que realmente está.
Las personas con baja autoestima tienden a comprometerse en objetos mal definidos, o excesivamente elevados (por ejemplo “tengo que conseguir todo lo que me propongo”); cuentan con un repertorio más reducido de habilidades de afrontamiento, y utilizan, en ocasiones, estrategias que van a impedir el logro de objetivos más adecuados. Pueden desaprovechar oportunidades en las que podrían alcanzar resultados positivos; y suelen dar más importancia a los ámbitos en los que saben que su actuación es más limitada. De esta manera, debido a que no llegan a alcanzar las metas excesivamente altas que se proponen, y debido también a que pierden ocasiones para conseguir otras más favorables, van perpetuando la visión negativa que tienen de sí mismas.
Consideran que la autoestima es un recurso valioso pero escaso. De ahí que sus actuaciones estén dirigidas, fundamentalmente, a protegerla antes que a ensalzarla. Y traten de evitar también aquellas situaciones en las que se pueden poner de manifiesto sus limitaciones, o donde exista el riesgo de fracaso. Ejemplo de ello serían los entornos competitivos; o las situaciones que pueden elevar las expectativas que los demás tienen sobre ellos, ya que dichas expectativas, si no alcanzan los resultados esperados, pueden verse desconfirmadas.
Evitan así con incredulidad y ansiedad cuando los demás sostienen una opinión demasiado favorable sobre ellas, o cuando ellas mismas exhiben una imagen personal demasiado positiva. Esta forma de comportamiento respondería fundamentalmente a la motivación de mantener la consistencia con el propio autoconcepto.
Se ha relacionado con diversos desórdenes psicológicos y estados afectivos negativos, como la ansiedad, la depresión, la hostilidad o la alineación, así como con otros indicadores de desajuste, como la evitación, el conflicto y el aislamiento.
Autoestima segura o frágil
La autoestima segura se caracteriza por los siguientes aspectos:
- Es auténtica y verdadera, en el sentido de que los sentimientos positivos que se mantienen hacia uno mismo provienen de la expresión de valores profundos para la persona, así como de la satisfacción de sus necesidades psicológicas centrales.
- Es genuina, por lo tanto está abierta a integrar y aceptar los aspectos negativos del autoconcepto, sin que ello resulte amenazante o provoque en el individuo una reacción negativa excesiva.
- Es congruente con otros sentimientos que reflejan consideración positiva hacia uno mismo, pero que son implícitos o inconscientes.
- Es estable, es decir, su nivel fluctúa muy poco en función de las experiencias que acontecen en el día a día.
La autoestima frágil también puede estar acompañada de sentimientos positivos hacia uno mismo. Y por ello podría ser considerada como alta. Sin embargo este tipo de autoestima presenta otras particularidades:
- Es contingente, es decir, depende de un proceso constante de evaluación para ser validada. Por ejemplo, que se alcancen determinados estándares de conducta, o que se satisfagan las expectativas de los demás.
- Es defensiva, esto es, vulnerable ante la obtención de resultados negativos, el posible rechazo de los demás, o la presencia de características personales negativas. Ello hace que la persona presente una imagen de sí misma falsamente positiva, agrandando los aspectos positivos y minimizando los negativos.
- Es incongruente y discrepante con los sentimientos implícitos de autoestima: conscientemente la persona tiene sentimientos positivos hacia sí misma, mientras que, de forma inconsciente, dichos sentimientos son negativos.
- Es inestable: fluctúa con gran frecuencia e intensidad en función de la evaluación que se haga de los acontecimientos.
Autoestima auténtica y autoestima contingente
En la autoestima segura y auténtica, el sentimiento de valía personal no se origina a partir de fuentes externas al individuo, como la aprobación social, la consecución de logros materiales o la apariencia física; sino que dicho sentimiento se deriva del autoconocimiento y de los valores personales. Al estar anclada en la consideración incondicionalmente positiva de uno mismo, la autoestima deja así de ser un objetivo que haya que perseguir, comportándose o siento de una determinada manera.
Cuando la autoestima resulta contingente, se produce un esfuerzo y una motivación constantes para ser alcanzada. La necesidad de sentirse valioso actúa entonces como un mecanismo de regulación y control de la conducta, induciendo al individuo a plantearse objetivos cuya consecución compense su deficitaria evaluación positiva. De esta forma la autoestima queda definida por determinantes o ámbitos externos, haciéndose contingente a los éxitos y fracasos que en ellos se consigan.
Las personas con una autoestima basada en la necesidad de aprobación, se caracterizan por haber vivido una experiencia temprana de negligencia o abandono emocional por alguna de las figuras de apego. Como consecuencia de esta experiencia, en sus relaciones adultas buscan sentirse válidas y emocionalmente seguras. Llegan a anteponer la satisfacción de las necesidades de los demás a las suyas propias, y permanecen vigilantes ante cualquier posible indicio de desaprobación.
Las personas cuya autoestima está determinada por el éxito o la eficacia, suelen haber tenido experiencias con las figuras de apego en las que la aprobación y amor se facilitaron de forma condicional. Cuando estas personas se hacen adultas, suelen mantener una actitud severa y crítica hacia sí mismas, evalúan su rendimiento con unos criterios excesivamente altos y rígidos; y emplean el logro, el estatus y la perfección como pilares en los que fundamentar su sentimiento de valía personal.
Si la persona necesita alcanzar metas para conseguir su aprobación personal, puede ocurrir que se autoafirme ante los éxitos, pero niegue o minimice su responsabilidad ante los resultados negativos. El empleo sistemático de este sesgo impide una evaluación realista, tanto de las metas que se desean alcanzar, como del punto en el que se encuentra el individuo en este proceso, y de los pasos que sería conveniente que diera para conseguirlas.
Por otra parte se pueden poner en marcha estrategias de autorregulación que resulten ineficaces, bien porque la persona se centre más en los obstáculos previstos; demore el inicio de acciones apropiadas; o invierta una gran cantidad de tiempo en cogniciones centradas en la preocupación, o en cómo actuar de forma perfecta, en lugar de ir probando aproximaciones tentativas hacia la meta.
Si la persona actúa con el objeto de conseguir, a toda costa, un mayor nivel de autoestima, su relación con los demás puede verse deteriorada. En el caso de una autoestima basada en la competencia, se puede ver a los demás como competidores o enemigos, obviando sus necesidades y sentimientos. Si la autoestima se apoya, por el contrario, en la necesidad de aprobación, la persona va a tratar de confirmar su sentimiento de valía y aceptación a través de las relaciones, en lugar de generar ella misma dicho sentimiento; lo cual puede derivar en el establecimiento de vínculos inseguros, ansiosos y dependientes.
Autoestima genuina y autoestima defensiva
Otra característica propia de una autoestima segura es que es genuina, lo cual significa que la persona es capaz de exhibir sus cualidades positivas sin necesidad de agrandarlas; y de aceptar y mostrar sus propias limitaciones, sin que ello le genere malestar emocional o invalide su sentimiento de valía personal. Son capaces de aceptar sus errores y la posible evaluación social negativa, sin por ello recurrir a estrategias que protejan o ensalcen continuamente su autoestima.
Los individuos que presentan una autoestima que no es genuina, responden con mayor defensividad cuando perciben algún tipo de amenaza a su autoestima. Dado que, en esas situaciones, estas personas no disponen de un “excelente” en su sentimiento de estima personal en el cual poder apoyarse, pueden utilizar estrategias con las que exagerar sus cualidades positivas; actuar de forma hostil o violenta; o devaluar las conductas y características favorables de los demás. De esta forma van generando y perpetuando una dinámica con la cual no lograr evaluar, de forma realista y neutral, qué aspectos de su comportamiento pueden cambiar o mejorar en el futuro; ni tampoco llegan a asumir, como meras limitaciones, algunas de las características negativas de su personalidad.
Autoestima implícita y autoestima explicita
Autoevaluaciones y sentimientos referidos a uno mismo, que se originan de manera intuitiva y automática en un plano preconsciente o inconsciente, constituyen la autoestima implícita. En contraposición, los sentimientos y las valoraciones que la persona tiene y hace en torno a sí misma, y que se generan de un modo consciente, racional y reflexivo, configuran la autoestima explícita.
La autoestima implícita proviene del sistema experiencial, sistema éste que actúa procesando, de forma holística y automática, los contenidos afectivos de las distintas experiencias. Una forma rápida y fácil para medir la autoestima implícita la proporciona el test de las letras del nombre. Esta prueba consiste en presentar a la persona de forma aleatoria las letras del alfabeto, pidiéndola que indique en qué medida le agrada cada una de ellas. La medición de la autoestima implícita viene determinada por la preferencia que tienen las personas a evaluar de forma favorable las letras que componen su nombre, siendo este sesgo positivo más pronunciado en el caso de la letra inicial. Es decir, el juicio sobre un atributo, en este caso la inicial y el resto de letras incluidas en el nombre, parece estar influido por la evaluación que se hace de un objeto que, en ese momento, resulta aparentemente irrelevante. Dicho objeto lo constituye la representación inconsciente que se tiene acerca de lo que uno es y de cómo se es.
De las posibles formas de discrepancia, la más frecuente es alta autoestima explicita – baja autoestima implícita, la cual se considera también como una forma de autoestima frágil. Las personas que presentan este tipo de discrepancia se caracterizan por tener sentimientos hacia uno mismo que, siendo positivos, son a la vez vulnerables. Ello se debe a que, por su baja autoestima implícita, a un nivel más inconsciente se sienten inseguras y dudan de su propia valía personal. Por lo tanto, cuando sienten amenazada su autoestima de forma real o imaginada, tienden a autoengañarse mas, agrandando las cualidades positivas de su autoconcepto o del grupo al cual pertenecen; y procuran reducir en mayor medida la disonancia cognitiva que les causa la presencia de dicha amenaza.
El mantenimiento de una alta autoestima implícita se ha asociado con efectos beneficiosos desde el punto de vista autorregulatorio y emocional. Los individuos con alta autoestima implícita suelen dar menos importancia a la evaluación negativa que reciben de fuentes externas, perseveran más ante los errores, presentan menos emociones negativas y una visión del futuro más optimistas.
Autoestima estable y autoestima inestable
La autoestima puede considerarse como el sentimiento global y estable que tiene el individuo acerca de su valía personal.
Desde esta perspectiva, la autoestima constituye una variable con un estatus similar al del rasgo, manteniéndose bastante estable a lo largo del tiempo y a través de las diferentes situaciones.
Una cierta fluctuación en el nivel de autoestima, en consonancia con los acontecimientos diarios o con la ocurrencia de sucesos vitales más relevantes, es algo normal y adaptativo. Por lo general, cuando el efecto de estos eventos se atenúa o desaparece, la autoestima suele volver a su línea base.
Sin embargo puede ocurrir que los cambios en el estado de la autoestima sean muy frecuentes, y posean una gran magnitud.
Es decir, puede suceder que una persona pase, en intervalos muy breves de tiempo, de experimentar sentimientos positivos hacia sí misma a tener otros negativos. O puede sufrir cambios notables en la intensidad con que experimenta tanto los sentimientos positivos como los negativos. En todos estos casos estaríamos hablando de una autoestima inestable o variable.
Cuando la autoestima es alta e inestable, la persona va a intentar que los sentimientos hacia sí misma sean lo más positivos y se mantengan el mayor tiempo posible; resultado altamente amenazadora para ella la posibilidad de que aparezcan los sentimientos negativos. Para poder lograr este objetivo, su manera de reaccionar ante los diferentes acontecimientos va a ser excesiva. Es decir, cuando se encuentre ante acontecimientos positivos a los que atribuye un significado de éxito personal, tenderá a exagerar las implicaciones favorables que estos poseen para su autoestima. La finalidad será tratar de crear una imagen de sí misma aparentemente segura y positiva, aunque, en el fondo, seguirá siendo frágil.
Si los acontecimientos a los que debe hacer frente son, por el contrario, negativos, en el sentido de creer que cuestionan su propio autoconcepto, su respuesta puede ser muy agresiva y defensiva, ya que de esta manera procura proteger su autoconcepto.
Esta forma de actuar contrasta con la que presenta una persona que tiene una autoestima alta, pero estable. En este caso las posibles reducciones momentáneas que puede sufrir su autoestima, no representan para ella una amenaza potencial ante la que se sienta particularmente vulnerable. De hecho, puesto que la autoestima estable supone experimentar, de una forma relativamente constante, sentimientos positivos y de seguridad en torno a uno mismo, la forma de reaccionar ante los diferentes acontecimientos suele ser más moderada y neutral, dado que la valoración y el sentimiento de valía personal se ven menos implicado y contagiado por ellos.
Cuando el nivel de autoestima es bajo, los efectos que tiene la estabilidad son más negativos que si se da una autoestima baja pero inestable. Ello es así porque las personas que tienen una autoestima baja y estable, experimentan habitualmente pocos sentimientos positivos hacia sí mismas. Por lo tanto, cuando se dan situaciones que suponen una amenaza o un daño a su autoestima, responden de una forma más desadaptativa, generalizando las consecuencias negativas de sus errores e infravalorándose más. De ahí que sean más proclives a experimentar sensaciones de incompetencia e indefensión.
En cambio, las personas que poseen una autoestima baja, pero inestable, presentan una mayor resistencia ante los acontecimientos negativos, optando por excusarse más ante los errores. De este modo logran reducir su impacto y generalizan menos las consecuencias desfavorables.