Cómo responde nuestro organismo ante el estrés?

Cómo responde nuestro organismo ante el estrés?

El primer foco de atención de la Psiconeuroinmunología fue precisamente el estudio de las alteraciones de la función inmune en las situaciones de estrés, y ésta sigue siendo una de sus áreas de investigación más relevantes. En la década de los años 50 y 60 del pasado siglo, diversos estudios se centraron en el efecto que diferentes agentes estresantes ejercían sobre el desarrollo de algunas enfermedades causadas por virus, comprobando que la susceptibilidad a la infección viral dependía del estímulo estresante utilizado. Este hecho sugirió que las condiciones psicológicas/conductuales en que se encuentra un individuo podían modular de algún modo la función inmune. Es famoso también el estudio de Kiecolt-Glaser (1984) en el que se comprobó una mayor susceptibilidad a las infecciones en estudiantes de medicina cuando se encontraban en época de exámenes, siendo aquellos que vivían la experiencia como más estresante los que mostraron una disminución en algunos parámetros de la función inmune (actividad de las células asesinas).

Es bien conocido que ante situaciones de amenaza o peligro, los organismos desencadenan una serie de respuestas fisiológicas que favorecen su supervivencia, al ponerse en marcha mecanismos que facilitan una respuesta rápida. Sin embargo, algunas de las situaciones a las que se enfrenta el ser humano no constituyen realmente situaciones de amenaza o peligro, somos nosotros quiénes las consideramos como tales, y en consecuencia, se desencadenarán las mismas respuestas que si realmente lo fueran. Es importante destacar además que una misma situación puede ser estresante para un individuo y no serlo para otro, por lo que el factor determinante es la apreciación que el sujeto hace de esa situación y no la situación en sí misma, y cómo ésta es procesada a nivel cognitivo en el SN central.

Numerosos datos indican que, tanto en animales como en humanos, una gran variedad de acontecimientos psicosociales, que son percibidos como estresantes por el organismo, pueden producir alteraciones de la función inmune. Los factores psicológicos y sociales que pueden considerarse estresantes son muy variados, la pérdida de un familiar o de un ser querido, las situaciones de divorcio, la pérdida del trabajo, las enfermedades familiares graves, los desastres naturales e inducidos por el hombre, etc, pero aun en estos casos, la forma en que cada individuo se enfrenta a ellos es diferente. Se ha comprobado que si bien, en general, en situaciones de estrés puede darse en principio una activación del sistema inmune, si el estrés es intenso y prolongado, se produce inmunosupresión y estos efectos inmunosupresores afectan tanto a la respuesta específica como a la respuesta inespecífica (ej. disminución de la actividad de las células asesinas, del número de linfocitos T, de los niveles plasmáticos de las proteínas del sistema del complemento, de la fagocitosis de macrófagos y de la producción de anticuerpos).

Diversos estudios han mostrado que en situaciones de estrés los individuos parecen ser más susceptibles a diversas enfermedades como las infecciones o el cáncer, por lo que se ha planteado que las experiencias vitales estresantes podrían afectar al estado de salud del individuo al alterar la función inmune. Este planteamiento no es nuevo, sin embargo, sí lo es el conocimiento de los posibles mecanismos implicados, que es relativamente reciente. Aunque hay pocos estudios en humanos que ponen de manifiesto que la enfermedad es un resultado directo de cambios en la función inmune inducidos conductualmente, los datos obtenidos con modelos animales son abundantes. Es bien sabido que en las situaciones de estrés se produce una activación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA) con la consiguiente elevación de los niveles de ciertas hormonas como la CRH, la ACTH y los glucocorticoides, así como una activación del SN simpático que libera catecolaminas. La activación del eje HHA parece constituir un mecanismo de regulación del sistema inmune por parte del SN para evitar que una excesiva activación de este sistema pueda poner en peligro la homeostasis. Si en las situaciones de estrés hay una intensa y prolongada activación de este «mecanismo natural» de control de la actividad inmune, la liberación continuada de estas hormonas puede llegar a producir un estado inmunosuprimido. Se considera que los glucocorticoides constituyen uno de los principales mecanismos mediadores de la inmunosupresión producida por estrés y algo similar puede decirse de las catecolaminas liberadas por la médula adrenal (Fig. 14.16).

Sin embargo, los efectos del estrés sobre la función inmune son bastante complejos, pues no todos los parámetros presentan inmunodepresión, otros muestran el efecto contrario, inmunoactivación, sugiriendo que probablemente en este tipo de situaciones se esté produciendo un desequilibrio entre las diferentes respuestas del sistema inmune, por ejemplo, parece darse preferentemente una activación de la inmunidad humoral, lo que se ha relacionado con la presencia de un mayor número de alergias. También se han relacionado las situaciones de estrés con una mayor progresión del cáncer, hecho constatado en modelos animales para muy diversos tipos de tumores, y en esta relación parece desempeñar un importante papel la activación simpática.

Una excesiva estimulación del SN simpático inhibe algunas respuestas del sistema inmune para hacer frente a las células cancerosas (especialmente las de las células asesinas), pero además, la activación simpática facilita el crecimiento y colonización de otros tejidos corporales en estadios tempranos del tumor, inhibiendo los procesos de reparación del ADN y movilizando glucosa y otros recursos que benefician a las células cancerosas. Sería de esperar entonces que la utilización de antagonistas adrenérgicos pudieran evitar la progresión del tumor, y así se ha encontrado en modelos animales con distintos tipos de cáncer. Aunque los estudios en humanos son escasos, algunos hallazgos clínicos desde el punto de vista epidemiológico llaman la atención, la progresión de diferentes tipos de cáncer es menor en pacientes que reciben fármacos antagonistas adrenérgicos. Desde esta perspectiva podemos comprender mejor el papel que el estrés podría desempeñar en la progresión del cáncer, especialmente en los primeros estadios de desarrollo.

Las situaciones de estrés no sólo desencadenan importantes alteraciones de la actividad nerviosa, hormonal e inmune, también afectan a otros sistemas orgánicos, como el sistema cardiovascular, el sistema digestivo y el sistema reproductor.

Así, diversos estudios han abordado la relación entre el estrés y las enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, ahora se conoce que la aterosclerosis (acumulación de depósitos de grasa en las arterias) tiene un origen inflamatorio y en él participan citocinas proinflamatorias que actúan sobre la pared vascular.

Este efecto inflamatorio es potenciado por el estrés físico y psicológico, y si el sujeto muestra un estado depresivo. Curiosamente, los marcadores de inflamación predicen mejor el riego de infarto, independientemente de los niveles de colesterol o de si el sujeto es fumador o presenta obesidad, considerados habitualmente importantes factores de riesgo. Existe actualmente un amplio consenso en considerar ai estrés como un potente factor de riesgo para el desarrollo de trastornos en los que están involucrados patrones alterados de citocinas, como es el caso de los trastornos psiquiátricos, algunas enfermedades cardiovasculares o el cáncer.

Por otro lado, en las situaciones de estrés también se liberan otras compuestos cuyo posible papel no podemos descartar: hormonas como la prolactina y neuropéptidos como las endorfinas y encefalinas. Los péptidos opioides endógenos parecen ejercer a dosis altas, equiparables probablemente a una situación de estrés prolongada, efectos inmunosupresores, mientras que el papel de la prolactina podría ser el de restablecer la inmunosupresión producida por las otras hormonas liberadas en este tipo de condiciones.

Recapitulando, sabemos que los estímulos percibidos como estresantes son «traducidos» a modificaciones en la actividad de los sistemas de neurotransmisores, neuropéptidos y hormonas, pudiendo afectar al estado emocional del individuo, en cuya regulación desempeña un papel fundamental el sistema límbico.

Este sistema envía información a otros núcleos y estructuras del SN, entre los que se encuentra el hipotálamo, principal centro regulador del SN autónomo y del sistema endocrino. La existencia de esta red de conexiones nerviosas proporciona el medio por el que las situaciones percibidas como estresantes pueden producir cambios en la actividad del SN autónomo y del sistema endocrino, que constituyen a su vez dos importantes vías de comunicación con el sistema inmune. Mediante estas vías, las situaciones de estrés pueden alterar la función inmune y, por tanto, afectar a la salud del individuo al aumentar su susceptibilidad a las enfermedades.

A lo largo de este tema se ha destacado que el SN, el sistema endocrino y el sistema inmune constituyen un sistema unitario e integrado de defensa, cuyos componentes liberan citocinas, hormonas, neuropéptidos y neurotransmisores, y en los que se han localizado receptores para todas estos compuestos. El hecho de compartir estos mediadores químicos hace posible que estos diferentes sistemas puedan comunicarse y responder a las señales procedentes de los demás de una manera selectiva y a la vez integrada, para lograr la adaptación del individuo a su medio ambiente y preservar el equilibrio del medio interno, lo que garantiza su supervivencia y reproducción y, en definitiva, la perpetuación de sus genes.