Desarrollo del Sistema Nervioso Central
El desarrollo neuronal tiene lugar de una manera ordenada y secuencial durante el desarrollo del embrión y del feto. Después del nacimiento, los cambios cerebrales se relacionan con la genética, la biología y la estimulación ambiental.
Evolución prenatal
El ritmo de desarrollo cerebral más rápido ocurre durante la etapa prenatal, en la que se forman 250000 células cerebrales mediante mitosis cada minuto. El aumento de la cantidad de somas celulares es más rápido entre las 25 y las 40 semanas de gestación.
El cerebro humano se desarrolla en etapas ordenadas, comenzando por el tubo neural a los 25 días de gestación. En neuropsicología pediátrica, la evaluación incluye a los cuidadores y a la unidad familiar.
La médula espinal, el tronco del encéfalo y una gran parte del prosencéfalo están desarrollados a las 40 semanas de gestación, mientras que el cerebelo alcanza su máximo desarrollo en el nacimiento y durante el primer año de vida. La estructura citoarquitectónica de la corteza cerebral consta de seis capas neuronales. Estas capas se desarrollan de forma diferencial durante la gestación y a lo largo del primer año de vida. Dichas capas corticales se desarrollan siguiendo una pauta de “dentro-afuera” según la cual las neuronas se desplazan a regiones específicas y las capas que migran más tarde las atraviesan. Estas capas migran a diversas regiones, dando lugar a la organización estructural de la corteza.
Las toxinas ambientales suponen especialmente una amenaza al proceso de migración, y dependiendo del momento y el estado del desarrollo fetal, pueden perjudicar a diferentes regiones cerebrales causando dificultades cognitivas y comportamentales significativas en etapas posteriores de la vida.
Proliferación y migración celular
La migración celular está definida en gran parte en el nacimiento; el momento y el lugar de migración parecen estar regulados por procesos tanto físicos como químicos. El proceso de desarrollo se rige por una interacción entre neuronas y neuroglia, que guía a las neuronas a lo largo de neurogliofibrillas hasta su lugar apropiado. El proceso de migración ocurre rápidamente, en el quinto mes del desarrollo fetal pueden distinguirse varias capas corticales. La corteza comienza a engrosar y muestra signos de desarrollo de surcos durante este periodo. Los surcos se desarrollan pronto, la cisura longitudinal puede verse a las 10 semanas, el surco lateral a las 14, el parietooccipital a las 14 y el central a las 20 semanas de edad gestacional. Las neuronas están genéticamente programadas para proliferar en los seis primeros meses de desarrollo intrauterino.
Un desarrollo neuronal anómalo puede provocar que las neuronas migren a lugares erróneos o que las neuronas establezcan conexiones sinápticas inapropiadas. La esquizofrenia proviene de conexiones neuronales anómalas en las que las regiones mesocorticales (sistemas dopaminérgicos) tienen una conexión fallida con las regiones corticales frontales.
Un 25-33% de las neuronas del cerebro en fase de desarrollo se suprime (“poda neuronal”) durante el proceso de proliferación y migración neuronal. Se elimina hasta un 50% de las neuronas motoras de la médula espinal (Brodal, 2004).
Desarrollo del axón y las sinapsis
En el sistema nervioso periférico hay una proteína específica, el factor de crecimiento nervioso (FCN), que estimula el movimiento hacia delante de los axones, de forma que estos se dirigen hacia estas regiones y se apartan de las áreas en las que no hay FCN. Otras proteínas, como el factor neurotrófico de origen cerebral (FNTC), pueden jugar una función similar en el cerebro. Los axones crecen rápidamente, al tiempo que la migración celular continúa, y cruzan al lado opuesto para formar vías que conectan los dos hemisferios cerebrales. La comisura anterior que conecta los lóbulos frontales aparece alrededor de los tres meses de gestación, mientras que el cuerpo calloso (haz de fibras que conecta los dos hemisferios) se desarrolla a un ritmo más lento, (Brodal, 2004). La comisura hipocámpica puede verse a los tres meses de gestación, a lo que sigue la aparición de otro conjunto de fibras que finalmente se convierte en el cuerpo calloso. El cuerpo calloso continúa desarrollándose en el período posnatal y está completamente formado hacia los cinco años de edad, (Witelson, 1989).
El ritmo de crecimiento de las dendritas y las espinas dendríticas (visibles alrededor de los siete meses de gestación) es más lento que el desarrollo de los axones, y suele comenzar después de que las células hayan llegado a su destino final. El desarrollo dendrítico continúa en la etapa posnatal y en él influye el grado de estimulación ambiental después del nacimiento. Se han observado sinapsis durante el quinto mes del desarrollo fetal (Carlson, 2007). La relación entre densidad sináptica y capacidades cognitivas puede ser de carácter inverso, ya que la primera parece disminuir con la edad.
Las redes sinápticas se vuelven más elaboradas durante el periodo posnatal, cuando la arborización dendrítica se hace más compleja (Brodal, 2004). En el tercer trimestre de gestación, el cerebro experimenta una importante aceleración del crecimiento prenatal, que continúa en el periodo posnatal hasta los dos años de edad. Las lesiones prenatales durante el tercer trimestre pueden desembocar en síndromes de parálisis cerebral.
Evolución posnatal
La cuota completa de neuronas de una persona se alcanza a los seis meses de edad gestacional, pero el desarrollo posnatal se caracteriza por un aumento de la complejidad cortical. La mielinización incrementa el peso del cerebro, y éste continúa aumentando hasta los 60 años.
Se han observado cuatro periodos de aceleración del crecimiento que coinciden con las etapas del desarrollo cognitivo descritas por Piaget:
De los 2 a los 4 años
De los 6 a los 8 años
De los 10 a los 12 años
De los 14 a algo más de 16 años
La mielinización es un aspecto importante de la maduración cerebral. Ocurre en primer lugar (antes del nacimiento) en la corteza sensitiva y motora primarias (o de proyección), cuatro meses después del nacimiento en las áreas secundarias (o de asociación) correspondientes a los sentidos básicos, mientras que en las regiones de asociación frontales y parietales el proceso de milinización comienza en la etapa posnatal y continúa hasta la mitad de la veintena.
La mielinización se relaciona con el desarrollo y los cambios que se producen en la conducta visual, motora, social y cognitiva.
Gestación
Las primeras etapas del desarrollo cerebral se caracterizan por rápidos cambios en el embrión. En los primeros siete días a partir de la concepción ya se pueden observar dos capas de tejido (el ectodermo y el endodermo) y en los primeros nueve días se desarrolla una tercera capa (el mesodermo), que se introduce entre las dos primeras en un proceso conocido como neurulación. El ectodermo forma el surco neural, que a su vez da lugar a un tubo neural. El proceso de neurulación se inicia en las dos primeras semanas; el tejido embrionario se diferencia, formando el tubo neural, y concluye en la cuarta semana de gestación. Durante este proceso los tejidos embrionarios se engrosan, profundizan y se cierran, formando las estructuras básicas del sistema nervioso.
Las neuronas y neurogliocitos se forman en la pared externa del tubo neural, mientras que la pared interna se recubre de neurogliocitos dando lugar a un canal que se llena de LCR. La parte craneal del tubo neural se convierte finalmente en el encéfalo mientras que la parte caudal se convierte en la médula espinal. Al final de la cuarta semana el tubo neural se cierra.
Una vez que concluye el proceso de neurulación (cuarta semana) aparecen tres vesículas cerebrales, que forman el rombencéfalo, el mesencéfalo y el prosencéfalo. Estas vesículas se diferencian más tarde en:
Diencéfalo, que finalmente forma el tálamo, el hipotálamo y el epitálamo.
El telencéfalo, que da lugar a los hemisferios cerebrales.
Desarrollo de las capacidades cognitivas superiores
Maduración del lóbulo frontal
Conel (1939-1959) cartografió el desarrollo posnatal del lóbulo frontal, en el que observó cambios rápidos en la densidad sináptica desde el nacimiento hasta los 15 meses. Ésta aumenta hasta los dos años de edad, etapa en la que es aproximadamente un 50% superior a la de los adultos, y luego disminuye hasta alrededor de los 16 años. El lenguaje, las funciones ejecutivas y las funciones emocionales son conductas que median los lóbulos frontales.
Thatcher (1996) sugiere que existen periodos de “aceleración del crecimiento” de las conexiones corticales de los lóbulos parietal, occipital y temporal con el lóbulo frontal. Estos periodos de aceleración del crecimiento tienen lugar en tres momentos:
De los 1’5 a 5 años
De los 5 a los 10 años
De los 10 a los 14 años
Después de los 14 años, los lóbulos frontales se desarrollan al mismo ritmo y de forma continua hasta los 45 años. Estas conexiones corticocorticales son distintas en cada hemisferio. En el hemisferio izquierdo se observa una secuencia en su desarrollo neural de gradientes que afecta a las regiones anteriores-posteriores y laterales-mediales, con alargamiento de las conexiones entre las regiones sensitivas posteriores y de las áreas frontales; en el hemisferio derecho se observa una contracción de las conexiones frontales a larga distancia con las áreas sensitivas posteriores. Thatcher (1996) plantea que quizá la expansión del hemisferio izquierdo se deba a la diferenciación de nuevos subsistemas, mientras que la contracción del hemisferio derecho refleje la integración funcional de subsistemas previamente existentes.
El volumen del cerebro del varón es aproximadamente un 7-10% mayor que el de la mujer durante la infancia. Se encontró que el volumen de la amígdala (estructura implicada en el procesamiento emocional) y el hipocampo (estructura que participa en la consolidación de la memoria) aumentaba con la edad en ambos sexos. El volumen de la amígdala aumentaba significativamente más en los varones que en las mujeres, mientras que el del hipocampo aumentaba más en las mujeres que en los varones.
Funciones de la expresión del lenguaje Scheibel (1990) estudió las estructuras dendríticas en el lóbulo frontal para determinar la relación entre las capacidades lingüísticas funcionales y el desarrollo cortical. Los cambios estructurales en la pauta de desarrollo dendrítico parecían relacionarse con diferencias en las funciones lingüísticas a lo largo de la edad:
Inicialmente, el desarrollo dendrítico es más pronunciado en la región del opérculo derecha (área motora del lenguaje) que en la izquierda a los tres meses.
Los sistemas dendríticos del hemisferio izquierdo aumentan en zonas de orden superior (asociativas) del lenguaje a los seis meses y finalmente superan a los del hemisferio derecho.
Los hemisferios se desarrollan siguiendo una pauta desigual durante los cinco años siguientes.
El sistema dendrítico en el hemisferio izquierdo parece ser más complejo a los seis años de edad y, a esta edad, el área de Broca presenta un desarrollo similar al que tiene en los adultos.
Además, estos cambios estructurales parecen estar relacionados con las diferencias funcionales en los mecanismos del lenguaje existentes en cada etapa.
El lenguaje durante los primeros 6-12 meses de edad se caracteriza por patrones de comunicación afectiva, lo que probablemente se relacione con el desarrollo dendrítico en la región frontal derecha (Scheibel, 1990). A medida que se desarrolla la región frontal izquierda, mejora la capacidad del niño para entender la sintaxis y formas más complejas del lenguaje. El desarrollo de las prolongaciones dendríticas en las regiones del hemisferio izquierdo implicadas en el lenguaje alcanza, y supera, al desarrollo en el hemisferio derecho correspondiente al aumento del uso y la complejidad de las capacidades lingüísticas.
Los segmentos proximales y distales de las ramificaciones dendríticas también difieren en cada hemisferio. Los segmentos proximales cerca del soma celular) se desarrollan pronto, mientras que los segmentos distales (los lejanos) aparecen en una etapa posterior del desarrollo. Los segmentos proximales son más largos en el hemisferio derecho; los segmentos distales son más pronunciados en el izquierdo.
Las diferencias entre las prolongaciones dendríticas en cada hemisferio probablemente se relacionen con diferencias funcionales entre ellos.
Funciones ejecutivas
Las funciones “ejecutivas” se han atribuido al área del lóbulo frontal. Dadas las numerosas conexiones que existen entre los lóbulos frontales y los cuerpos estriados, es razonable suponer que estas dos áreas desempeñan un importante papel en el control de las funciones ejecutivas.
Por lo general se admite que la sede de las funciones ejecutivas se distribuye en las regiones dorsal, lateral y orbital del lóbulo frontal. La región dorsofrontal pudiera ser responsable de determinar cuán importante es una situación; la laterofrontal de determinar si la acción que se elige merece el esfuerzo necesario para obtener el resultado y la orbitofrontal de decidir si dicha acción es apropiada según las normas sociales y en la situación presente. Thatcher (1991) sugiere que la interacción de estas tres importantes áreas desde el punto de vista funcional proporciona el tipo de conductas conocidas como funciones ejecutivas.
Denckla (2007) apunta que en las funciones ejecutivas influyen dos factores: los neuroanatómicos y los “psicobiológicos del desarrollo”, y que éstos no sólo interactúan, sino que también se modifican mutuamente. Así, la validez del constructo de acción ejecutiva queda demostrada por una validez convergente y por una validez divergente. Algunos autores plantean que los lóbulos frontales de los niños se desarrollan más marcadamente entre los 4 y los 7 años, mientras que este desarrollo continúa pero es menos notorio entre los 12 y la edad adulta (Luria, 1990). Otros opinan que el desarrollo de las funciones ejecutivas comienza en la adolescencia y continúa hasta los 24 años (Pennington, 1991). Y otros sugieren que los lóbulos frontales se desarrollan en periodos o ciclos más que mediante un ritmo de desarrollo que varía en cada hemisferio cerebral (Thatcher, 1996).
Estudios experimentales han demostrado que los niños presentan conductas, que se suponen mediadas por los lóbulos frontales, mucho antes de la adolescencia o la edad adulta. Becker, Isaac y Hind (1987) observaron variaciones en la edad a la que se consigue una capacidad. Los niños de entre 10 y 12 años dominaban las capacidades supuestamente mediadas por los lóbulos frontales, entre ellas la capacidad de inhibir respuestas motoras, recordar el orden temporal de patrones visuales, utilizar estrategias para recordar tareas, atender a los detalles importantes ignorando los elementos de distracción y utilizar ayudas verbales para mejorar el rendimiento. Los niños de 6 años tenían más dificultades para inhibir respuestas motoras y recordar el orden temporal de patrones visuales. Parecía haber un cambio evolutivo en los niños de 8 años, quienes eran capaces de inhibir respuestas motoras.
Passler, Isaac y Hynd (1985) encontraron que los niños progresaban en las etapas de desarrollo demostrando que dominaban algunas tareas mediadas por los lóbulos frontales a los 6 y 8 años, mientras que otras tareas no se dominaban incluso a los 12 años. Los niños de 6 años dieron respuestas flexibles y correctas en una tarea de conflicto verbal, pero no pudieron responder con exactitud en una tarea de conflicto no verbal.
En conjunto, estos datos sugieren que el periodo de máximo desarrollo de las funciones ejecutivas tiene lugar entre los 6 y los 8 años, y que el desarrollo continúa más allá de los 12 años en lo que respecta a tareas más complejas. Los niños alcanzan el nivel de rendimiento adulto en medidas de flexibilidad cognitiva (test de clasificación de tarjetas de Wisconsin) a los 10 años, pero no obtienen dicho nivel en pruebas de fluidez verbal incluso a los 17 años.
Funciones emocionales
Los modelos de la base neuropsicológica de las emociones indican que los lóbulos frontales juegan un papel fundamental en el procesamiento de las respuestas emocionales (Semrud-Clikeman, 2007). En los adultos cada hemisferio participa de distinto modo: el daño del hemisferio izquierdo provoca depresión y reacciones catastróficas, mientras que el del hemisferio derecho produce reacciones emocionales inapropiadas, entre ellas la indiferencia o la euforia. El hemisferio izquierdo puede reaccionar más a los estímulos emocionales en los niños pequeños (9 años) que en los adolescentes (14 años) y en los adultos (Davidson, 1994). A medida que madura el cuerpo calloso, el hemisferio derecho puede inhibir o controlar al hemisferio izquierdo de un modo más eficaz. Así, la depresión en niños y adultos puede ser resultado de una hipoactivación de las regiones frontales, o de una hiperactivación del hemisferio derecho. Las pautas del desarrollo neuronal pueden contribuir a explicar por qué la depresión parece aumentar en torno a la pubertad, momento en el que maduran las estructuras del cuerpo calloso de desarrollo más tardío (Zaidel, 2003). Las regiones posteriores del lóbulo temporal desempeñan un papel importante en el reconocimiento de las expresiones faciales, mientras que las regiones anteriores pueden estar implicadas en entender y recordar la clasificación del carácter de dichas expresiones (Semrud-Clikeman, 2007).
Maduración del lóbulo parietal
Los sistemas sensitivos o sensoriales son funcionales antes del nacimiento. Los sentidos somatoestéticos son los primeros en desarrollarse desde el punto de vista embrionario. Se ha utilizado la técnica de espectroscopia de resonancia magnética protónica para estimar el metabolismo cerebral con el fin de determinar diferencias regionales en el desarrollo del cerebro desde el final de la lactancia hasta el comienzo de la edad adulta (Hashimoto, 1995). Se ha encontrado una relación significativa entre la edad y la actividad metabólica en la región parietal derecha, lo que sugiere que en esta región se da una rápida maduración cerebral desde el primer mes hasta los dos o tres años de edad. En la región frontal el desarrollo es más lento. El lóbulo frontal, con gran cantidad de sustancia gris, tarda más en mielinizar y establecer conexiones sinápticas y dendríticas que las regiones más posteriores del cerebro.
La percepción táctil de la forma aumenta con la edad (de los 8 a los 12 años). Los niños suelen tener puntuaciones algo más altas cuando utilizan su mano preferida (mano dominante); (Barón, 2004). Entre los 12 y los 14 años, se halló un rango de puntuaciones más igualado y los niños alcanzaron un rendimiento similar al de los adultos en estas medidas. La localización táctil en los dedos se desarrolla más lentamente; la mayoría de los niños en edad preescolar son incapaces de nombrar o señalar el dedo que se les ha tocado (Baron, 2004). Ésta es una tarea difícil para la mayoría de los niños de 7 años, pero cuando llegan a los 9 cometen pocos errores. La respuesta verbal parece ser más precisa cuando se identifica un toque en la mano derecha, mientras que la respuesta no verbal lo es en el caso de la mano izquiera. Witelson y Pallie (1973) encontraron que los niños reconocen mejor formas sin sentido con la mano izquierda, pero que no parece haber superioridad de la mano derecha o de la izquierda en el reconocimiento de formas de letras.
Maduración del lóbulo occipital
El sistema visual se desarrolla lentamente en los seres humanos. La mielinización del tracto óptico está moderadamente desarrollada a las seis semanas de edad, pero muy avanzada a los tres meses (Brodal, 2004). La mielinización de las ramificaciones radiales ópticas es algo más lenta: su desarrollo es mínimo a los tres meses y moderado a las seis semanas.
Kolb y Fantie (1989) encontraron que el hemisferio derecho puede estar especializado en reconocimiento facial en niños de cuatro años.
Maduración del lóbulo temporal
Las asimetrías del lóbulo temporal parecen guardar cierta relación con la maduración cortical y el desarrollo del cuerpo calloso (Brodal, 2004). El plano temporal está más desarrollado en el hemisferio izquierdo que en el derecho, y estas diferencias existen ya en el nacimiento (Witelson & Kigar, 1998).
Los bebés discriminan los sonidos del lenguaje tempranamente, como a los 1-4 meses de edad (Molfese 2000). Además, en bebés existe una lateralización funcional: el hemisferio izquierdo se ocupa de los sonidos de carácter lingüístico mientras que el hemisferio derecho se ocupa de los sonidos de carácter no lingüístico y la música.
Rosen, Galaburda y Sherman hallaron que la simetría en el cerebro se relacionaba con el tamaño del plano temporal en el hemisferio derecho. En cerebros con patrones normales de organización asimétrica había una disminución correspondiente del tamaño del hemisferio derecho. Esta correspondencia no se observó en cerebros que eran simétricos, en los que había abundantes neuronas en la región temporal del hemisferio derecho. Además, el cuerpo calloso en los cerebros simétricos tiene mayor tamaño que en aquellos con un patrón normal de asimetría (Rosen, 1990). Esta variación de volumen posiblemente sea el resultado de la “poda” de axones en el cuerpo calloso que ocurre en las etapas tempranas del desarrollo. La asimetría puede relacionarse con el repliegue de neuronas en el cuerpo calloso, mientras que las conexiones ipsolaterales se mantienen.
Tanto los factores genéticos como los ambientales influyen en el desarrollo neural.
Cómo influyen los factores genéticos en el desarrollo
El desarrollo cerebral parece seguir una secuencia de crecimiento relativamente fija y cambios en los procesos biológicos que están genéticamente programados. Las anomalías del programa genético, los traumas intrauterinos u otros factores pueden desembocar en graves malformaciones del tamaño del cerebro y la organización estructural.
Todos estos factores pueden afectar a la migración celular, la formación y el crecimiento de axones y dendritas, el desarrollo sináptico y la mielinización. Dichas anomalías del desarrollo neural producen una serie de problemas funcionales/comportamentales, que pueden oscilar desde ser potencialmente mortales o gravemente sintomáticos hasta asintomáticos.
Los estudios sobre la dislexia evolutiva han demostrado que en este trastorno existe herencia autosómica dominante (de generación en generación); (Pennington, 2002).
Aunque se conocen genes autosómicos únicos, no se sabe cuál es su naturaleza exacta o cómo se manifiestan en diversos trastornos. La variabilidad de la manifestación de los trastornos neuropsiquiátricos depende de una serie de factores, entre ellos la edad de inicio de la enfermedad. Además, se ha propuesto la hipótesis de que un genotipo puede resultar en múltiples fenotipos, y viceversa. En este caso, cuando un fenotipo surge de varios genotipos, parece ser el más probable en trastornos con etiologías heterogéneas.
Por ejemplo, puede haber una herencia genética similar en la esquizofrenia y el trastorno bipolar.
Hay que resaltar la importancia de la interacción entre factores ambientales y biológicos en la manifestación de diferentes tipos de conducta.
Factores biológicos y ambientales
Tanto los factores biogenéticos como los ambientales y las complicaciones del parto pueden afectar al desarrollo cerebral. Las lesiones cerebrales por traumatismo craneoencefálico en edades tempranas y la falta de estimulación ambiental tienen efectos a largo plazo sobre el desarrollo óptimo del cerebro.
Factores de riesgo prenatales
Con la llegada de la tecnología de rayos X en las décadas de 1920 y 1930 se hizo evidente que el feto en fase de desarrollo era sensible a varias sustancias ambientales conocidas como teratógenos.
Existen periodos críticos durante la etapa embrionaria (segunda a octava semana del desarrollo) y la etapa fetal (desde la novena semana al nacimiento) en los que parece darse una mayor sensibilidad a la exposición a teratógenos. Al parecer, el sistema nervioso central es especialmente vulnerable desde la quinta semana del desarrollo embrionario hasta el nacimiento. Las influencias ambientales más perjudiciales para el desarrollo neural prenatal incluyen el alcohol, los narcóticos, las sustancias contaminantes ambientales, las enfermedades de la madre y la desnutrición (Streiss-Gurth, 2004).
Factores de riesgo de la madre: estrés, nutrición y salud
El estrés, la desnutrición, la mala salud y la edad de la madre también influyen en que acaben por manifestarse estos factores de riesgo. Un alto grado de estrés en la madre aumenta el grado de estrés en el feto y se ha asociado con bajo peso del bebé al nacer y con tendencia del niño a ser irritable, inquieto y padecer cólicos. El estrés de la madre puede provocar vasoconstricción, lo que reduce la circulación sanguínea y produce asfixia fetal, que causa daño cerebral al feto en desarrollo. El estrés prenatal puede tener consecuencias a largo plazo causando problemas de afrontamiento de situaciones y dificultades de aprendizaje, en particular en los varones, y aumento de la incidencia de trastornos del estado de ánimo y de esquizofrenia.
Nutrición de la madre
Las carencias nutritivas durante los tres últimos meses de vida fetal y los tres primeros de la infancia también pueden tener graves efectos sobre el desarrollo del cerebro, que se manifiestan en particular por una disminución de la cantidad de células cerebrales y del peso del cerebro.
Salud de la madre
Durante el embarazo se controla la salud de la madre para prevenir que el desarrollo del feto sea normal. La hipotensión de la madre puede tener un efecto adverso en el cerebro del feto ya que puede provocar fallos de circulación sanguínea en el cerebro en desarrollo (Martens, 2003). Se forman placas de fibromielina o lesiones en las áreas corticales llamadas “regiones divisorias”. Se han encontrado estas alteraciones de tipo isquémico, causadas por una pérdida temporal del flujo sanguíneo (perfusión), en el cerebro de sujetos con dislexia (Duane, 1991).
La isquemia también puede deberse a mecanismos autoinmunitarios de la madre o del feto. Los neurogliocitos y moléculas específicas que guían la migración celular pueden verse implicados de tal modo que alteren la arquitectura cortical del cerebro del niño (Duane, 1991).
Otro factor de salud de la madre que tiene efectos conocidos sobre el desarrollo del cerebro es la rubéola (sarampión alemán), que con frecuencia provoca sordera en el bebé si la madre contrae esta enfermedad en el primer trimestre del embarazo.
Las complicaciones oculares y cardíacas son otras consecuencias posibles si la rubéola ocurre durante las ocho primeras semanas del embarazo, mientras que es más posible que se produzca sordera si la enfermedad tiene lugar entre las 5 y 15 semanas.
El herpes simple tipo 2 de la madre produce retraso cognitivo y dificultades de aprendizaje, ya que el virus afecta al desarrollo del sistema nervioso central del feto (Hutchinson & Sandall, 1995).
Adicción de la madre al alcohol
La fetopatía alcohólica (FA) ocurre con frecuencia en niños nacidos de madres con dependencia alcohólica: se estima que cada año nacen 40000 niños con anomalías congénitas debidas al alcohol (Streissguth, 2004). Los síntomas característicos de los niños con FA incluyen retraso del crecimiento pre y posnatal, anomalías faciales, retraso cognitivo y problemas de conducta. Los síntomas de alteración del sistema nervioso central en etapas tempranas de la vida incluyen anomalías de las ondas cerebrales, reflejo de succión alterado y trastornos del sueño que cursan con problemas de atención, comportamiento, motores y de aprendizaje que persisten en etapas posteriores de la infancia.
El cerebro del feto en desarrollo es muy sensible al daño que provoca el alcohol; incluso un consumo moderado (una o dos copas al día) en madres que están amamantando puede producir un retraso moderado del desarrollo motor, incluyendo retraso de la capacidad de gatear y de andar.
Drogas
Se han encontrado signos de alteración del sistema nervioso central de fetos y niños debido a un consumo excesivo de drogas, incluyendo marihuana, cocaína y heroína, por parte de la madre durante el embarazo. Se han observado signos físicos (niños prematuros y de bajo peso al nacer), complicaciones neurológicas y alteraciones del sistema nervioso central (temblores y sobresaltos) en niños nacidos de madres con alto consumo de marihuana.
El consumo de cocaína parece afectar al flujo sanguíneo en la placenta y puede alterar la neurotransmisión cerebral en el feto (Snow, 2004). Los niños nacidos de madre cocainómanas tienen riesgo de diversas complicaciones, entre ellas aborto espontáneo, nacimiento prematuro y bajo peso del niño al nacer, pequeño perímetro cefálico y síntomas comportamentales.
Do-Edwar (2006) sugiere que los problemas cognitivos y comportamentales de los niños expuestos a cocaína pueden no ser obvios hasta el final de la infancia, cuando el daño del lóbulo frontal y los núcleos basales se hace evidente.
La adicción a la heroína durante el embarazo ocasiona factores de riesgo, que incluyen alto índice de mortalidad, nacimiento prematuro, malformaciones y complicaciones respiratorias. Los bebés presentan síntomas del síndroma de abstinencia al nacer y, aunque estos disminuyen con los meses, las madres a menudo tienen dificultades para afrontar los problemas de conducta que persisten en los niños expuestos a la heroína.
Factores de riesgo posnatales
Carencias nutritivas
La falta o exceso de vitamina A puede conducir a trastornos del desarrollo y dificultades de aprendizaje así como a problemas motores, de equilibrio, oculares, del estado de ánimo y alteraciones emocionales.
La reducción de vitamina B puede producir síntomas neurológicos tales como ataxia, pérdida del equilibrio y deficiencia de ajuste de los reflejos motores. Las neuronas y la vaina de mielina se pueden destruir, desplazándose desde las regiones cerebrales periféricas a las centrales.
La carencia de vitamina B12 y de ácido fólico se ha relacionado con cambios estructurales en la mielinización. Además, los bajos niveles de ácido fólico que originan las carencias nutritivas en la leche materna pueden retrasar el curso normal del desarrollo del EEG en el niño.
Complicaciones obstétricas
Las complicaciones obstétricas durante el parto producen con frecuencia lesiones neurológicas que se han asociado con numerosos trastornos de la infancia, incluyendo trastornos psiquiátricos. Durante el proceso normal del parto, las contracciones constriñen la placenta y el cordón umbilical reduciendo la cantidad de oxígeno que recibe el feto. En situaciones extremas, el bebé produce un nivel elevado de hormonas del estrés para contrarrestar la privación de oxígeno y asegurar un aporte de sangre adecuado durante el parto. La privación de oxígeno extrema provoca lesiones neurológicas, de modo que la monitorización del feto proporciona información vital sobre su frecuencia cardíaca y nivel de oxígeno.
En adultos con síntomas psicóticos que son indicativos de esquizofrenia, se ha hallado una serie de complicaciones obstétricas entre las que figuran: parto de larga duración, presentación de nalgas, desprendimiento prematuro de la placenta, vueltas del cordón umbilical en el cuello, índice de Apgar inferior a seis, aspiración del meconio, infartos extensos de la placenta, peso al nacer inferior a 2500gr o superior a 4000gr, y enfermedad hemolítica.
Toxinas ambientales
La exposición al plomo, incluso a niveles bajos, puede producir una serie de problemas cognitivos y comportamentales en el niño (Freeman, 2007). Los niños con encefalopatía por intoxicación de plomo aguda presentan síntomas graves que incluyen convulsiones, letargia, ataxia, parálisis, presión endocraneal, y en algunos casos muerte.
En aproximadamente un 20-40% de los casos los niños llegan a padecer epilepsia, síntomas motores graves (hemiplejia y espasticidad) y ceguera. La falta de atención y la hiperactividad son también secuelas conocidas de la exposición al plomo.
Estimulación ambiental
La estimulación ambiental es un factor crítico que afecta al desarrollo cerebral y la capacidad de aprendizaje del niño. Aunque el niño parece estar genéticamente programado para muchas habilidades, el papel del entorno puede afectar al ritmo de maduración en algunas áreas.
El aprendizaje tiene lugar mediante la experiencia. El desarrollo del lenguaje, la capacidad intelectual y la adaptación social están influidos por el entorno. Los niños evocan respuestas diferentes en las personas de su entrono dependiendo de su conducta. Un entorno temprano inadecuado puede repercutir negativamente en el desarrollo inicial del niño, pero el niño se puede recuperar si se le sitúa en un entorno más sensible antes de cumplir los dos años.